-Tú tranquilo, ¿eh? Que vivimos aquí
al lado. Bueno, vive. Pero vamos, que no tarda ni diez minutos en
volver con la pasta.
-Bueno... no te preocupes -Javi se mira el reloj Casio de pulsera-. Si aún son
y veintitrés. En realidad y veintidós, porque lo llevo algo
adelantado.
-Oye tío, que muchas gracias. No
sabes el favor que nos haces... porque... un momento -le ha sonado el móvil y se interrumpe para leerlo y teclear-, contesto el sms
enseguida. Ya. Porque... ah, eso... Porque
si hubiera más gente que llevara bebida, pues aún salíamos del
paso. Pero como siempre se nos olvida y vamos sin nada, nos dijeron que esta vez nos toca a nosotros. Y
ni nos acordábamos, ha sido de repente, al subir al coche. Los dos
pensábamos que el otro llevaba la cartera y nos hemos metido en tu
súper de cabeza.
Al final de la cinta de caja hay por
pagar siete botellas de bebidas, dos de ellas no alcohólicas.
-Ya, jeje... A veces me pasa igual. De
todas formas, no es mi súper -añade-, si no llevo aquí ni cuatro
meses...
-Era coña tío, ya sé que no es tuyo.
Si fueras el jefe, no estarías aquí tú solo, un viernes y a las nueve
de la noche. De todas formas, para llevar meses aquí, es la primera
vez que te veo. Y suelo venir bastante.
-A las nueve y veinticinco -rectifica
Javi-. Y yo a ti sí te he visto alguna vez. Por ejemplo -duda
brevemente-, anteayer te cortaste el pelo. Antes lo llevabas un poco más largo, casi por los hombros. Y algo más oscuro.
A Merche le descoloca que se haya dado
cuenta antes que su novio.
-Te queda bien. Me gusta más así.
-Pues gracias... a mi novio también le
gusta más -no sabe cómo reaccionar ante un cumplido y se mira la
hora-. Que por cierto, seguro que al llegar a casa se ha dado cuenta
de que no tenía pasta en la cartera y ha tenido que pasar por el cajero.
Pero tranqui, es ese de enfrente, creo que se ve desde aquí.
-Ya. Bueno, pues yo mientras voy
echando el cierre para que no crean que está abierto, que ya es lo
último que me queda, que me entrara alguien ahora.
-Joder tronco -le sigue con la mirada-,
en serio que me sabe fatal. Voy embolsando todo esto para ganar
tiempo. ¿Y tú, no sales hoy?
-Sí. Voy con unos amigos al cine, el del centro comercial.
-¿Cuál vais a ver?
-Aún no lo sabemos. No hay demasiadas
que me apetezcan. Estábamos hablándolo por Whatsapp, aunque seguro
que no lo decidimos hasta que yo no llegue. Pero vamos -no
quiere que parezca un reproche-, que es cerca, voy bien de tiempo.
-Guay...
-¿Y vosotros? Bueno claro, qué tonto
estoy. De botellón, ¿no?
-No, hoy nos lo tomamos de tranqui.
Cenamos en casa de una amiga, y este es el postre. Todo el mundo
lleva algo. ¿Cuánto has dicho que era?
-Cincuenta y tres con ochenta.
-Ya verás como el pavo este no se ha
enterado bien y sólo saca cincuenta. Ya verás.
-No mujer, no creo.
-Joder, pues es una pasta. Con la
tontería de la cenita, voy a acabar lo que queda de mes bien justo.
-Ya... -“pues salid menos”,
piensa Javi-. Igual he bajado mucho la persiana, ¿tu novio podrá entrar?
-Joder, es bombero. Sería preocupante
que no pudiese.
-Ah, no lo sabía.
-Oye, pues cambiando de tema... ya que
dices que me consideras habitual de la tienda, podías hacernos algún
descuento, ¿no?
Javi se limita a sonreír, cortés.
-No sé, tío... ¿No podría pagártelo
de alguna otra forma, y tú haces la vista gorda?
-No entiendo -finge poner mucha
atención ordenando un expositor de chicles.
-Pues que igual puedes decir que
alguien entró a última hora, mientras recogías, y se las llevó
sin que te dieras cuenta.
-Jajaja... La verdad es que me viene
fatal -azorado, aunque intenta parecer divertido.
-Pues a mí los cincuenta euros de
Rober me vendrían muy bien. Mucho mejor que a tu jefe. Y yo a cambio
te daría algo en que pensar mientras ves la película esa, por si te
aburres en el cine.
Mientras habla, rodea la caja
registradora, se aproxima a Javi hasta que le nota el aliento en la
frente. Javi, paralizado, ve cómo la cabeza de Merche desciende hasta
la altura de su pantalón. En un acto reflejo, sin mover un músculo del cuello mira hacia el cierre
metálico, calculando a qué distancia advertiría a Rober.
Inconscientemente va entornando los ojos, a medida que en la boca cálida de
Merche el espacio se vuelve estrecho por momentos.
Cuando unos minutos después ella
emerge sonriente, Javi abre los ojos y está completamente seguro de
que no está mirando a la misma chica a la que le acertaron el corte
de pelo el miércoles.
-No, oye. De verdad que no puedo, me
meto en un lío. Tendría que pagarlo. Además no puedo jugarme el
trabajo -mira de nuevo, aún no ha aparecido nadie en la puerta.
-¿Qué? ¡Te quejarás... pero tendrás morro!
-Lo siento
-Ya... -se mantienen las miradas,
inmóviles. Repentinamente Merche sonríe.- Bueno, pues dile a mi
novio cuando te pague, que le espero dentro del coche. Nos vemos el
lunes, -antes de agacharse de nuevo, para sortear el cierre medio bajado-, que siempre compro aquí el pan.
-Lo sé. ¡Oye! -Coge un paquete de
chicles y se lo lanza- ¡Toma!
-Gracias, Javi. -Y en una centésima,
Merche lo atrapa, le guiña el ojo y desaparece.
Javi, todavía incrédulo, saca el móvil, abre el grupo de
Whatsapp “Este viernes cena y cine!” y escribe “Sigo sin saber
qué peli, pero tengo claro que HOY ME CUELO EN EL CINE”.
Cuando levanta la
cabeza Rober está al final de la caja, con la botella de Brugal en
la mano.