Te parecerá raro que después de todo
siga soñando contigo, pero a veces aún me pasa. Sin ir más lejos,
esta noche caminaba a mediodía y de repente apareciste. Fue un
encuentro fortuito, no me preguntes en qué calle de Madrid. Tú aún no eras
tú, o yo no lo advertí. Eras uno de esos figurantes con los que todos llenamos huecos en nuestros sueños, para darle cierta realidad
al asunto. Gente pixelada y eficaz. Yo llevaba mis
auriculares puestos y caminaba mirando el suelo, a mis cosas. Pero al llegar a la altura de uno de vosotros,
levanté la mirada por casualidad y resultó
que eras tú. Ahí estabas, observándome muy quieta. Me sobresalté. Tú no. Tú te sabías irreal y sólo de paso por mi sueño. Ahora mismo
es posible que cambiaras de acera al verme, pero por el contrario en
la calle que yo dibujé, me miraste y sonreíste. Tierna, casi maternal. Ninguno avanzó, como sopesando posibilidades frente al
otro. Yo, sorprendido de que tú fueras tan tú (rara vez lo eres en
estos sueños). Tu cuerpo, seguro de sí mismo, seguía clavado a su parcela de acera. Como si no quisiera tomar iniciativas en algo
que duraría tan poco. Declinando responsabilidades. Devolviéndome sin rencor todas mis indecisiones juntas.
Con tus ojos me advertiste de los peligros de la fugacidad que nos envolvía, y comprendí al instante. Acepté. Me
acerqué. Y todavía a unos metros de llegar a ti, me besaste. Pude recordar por fin tus
labios, que a lo largo de este tiempo he ido sepultando bajo capas de otros besos al pretender rescatarlos. Lo celebré con una nueva andanada. Aún tenía
los oídos tapados por los auriculares, sin música. Mi respiración no parecía mi
respiración. Oía un mar cada vez más calmo. Oleaje decreciente que
cesó por completo cuando me cogiste la cara, me miraste a los ojos y dijiste, serena: “Volveremos a vernos”. Sabías que no, pero nadie podría culparte
del guión que yo te escribí en mi mundo de mentirijilla. Y seguiste anclada al
suelo, sonriente y plácida, ya todo dicho, esperando que fuera yo el que marchara. Convine, sabiendo que en breve despertaría. Di media vuelta, y desandando mi recorrido se
me puso una media sonrisa: Vale que ya no estés. Pero en mis sueños
aún mando yo. Y sigo queriéndome lo suficiente como para
regalármelos justo en mi cumpleaños.
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