domingo, 24 de julio de 2011

ESTIMADO H:

Estimado H:

Sé que te parecerá extraño encontrar una comunicación mía a través de esta dirección, en lugar de la acordada. Pero como recordarás, la utilizaríamos únicamente para cuestiones excepcionales, y esta lo es.

Para ir directamente al grano, comunicarte que desde este momento no trabajaremos más juntos. O mejor dicho, no aceptaré más trabajos tuyos. Y ahórrate avisarme siquiera para los que estén especialmente bien pagados, por favor. Sencillamente lo dejo. A pesar de nuestros escasos intercambios de palabras más allá del ámbito laboral, te conozco lo suficiente como para saber que jamás me pedirás explicaciones. Además, aunque voluntariamente quiero dártelas, después de quince años de tratos te lo mereces, no puedo hacerlo. Sencillamente porque no sé cuáles son.

He de agradecerte bastante. Sabes tan bien como yo que mis anteriores trabajos fueron de los más anodino y mal pagado, algo que personalmente nunca me importó demasiado. A esas edades te sobra con pagarte el tabaco y varias cervezas por semana. También sabes que con lo que me enseñaste se me abrió un mundo nuevo de posibilidades, que al principio acepté con indiferencia pero acabé convirtiendo en mi mayor interés. En mi única forma de vida. Aún recuerdo la meticulosidad con la que acometía los primeros encargos en solitario, libreta de apuntes en mano. Caminando sobre tus consejos con la devoción de un beato. Las alegrías, la confianza renovada que me inundaban cuando comprendía que cada uno de ellos tenía una forma de ser y me libraban del peor de los destinos, ese del que siempre afirmamos que nos libraríamos por todos los medios. Aprendí a llegar a cualquier ciudad nueva con los medios estrictamente necesarios. A calcular mis capacidades. A racionar mi tiempo, mis energías. A analizar, a ver y no sólo mirar, a potenciar mis sentidos casi hasta el infinito. La exactitud de saber cuándo hay que observar, cuánto hay que preparar, y en qué momento exacto acometer el encargo y desaparecer. A justificar mi tatuaje en el antebrazo y nunca olvidarlo. “Patientia prima virtus est”. El lema que me salvó de todo y de todos y que aún sigo mirándome como si consultase un dossier. Recuerdo que cuando me lo descubriste y sin decir nada torciste la boca, me pareció ver en tu mueca cierta aprobación. Diría que tú me creaste, pero no sería exacto. En realidad moldeaste el mejor yo posible. Casi me asusta pensar en quién sería yo ahora mismo si no hubiésemos coincidido en aquel primer trabajo, yo como torpe operario y tú como encargo que se complica. Qué ironía. Todos los comienzos son extraños y hasta vergonzosos, supongo. Al menos a toro pasado.

El caso es que no sigo. Lo dejo. No necesito trabajar más. Para nada me avergüenzo de lo que soy, ni de lo que he sido. Aprendí hace mucho tiempo a aceptarme, a aceptar lo que hago. Lo que hacemos. Lo que siempre se ha hecho y siempre hará algún otro. “O nosotros, cobrando, o el tiempo, gratis”, me repetías al principio intentando anestesiar mi conciencia para prevenir futuros fantasmas nocturnos. Y lo hiciste bien. Jamás me molestaron y no creo que empiecen a estas alturas. Entenderás que no se trata de eso. Pero esta vez voy a dejar que se encargue el tiempo, yo ya he ahorrado suficiente.

Si te soy sincero, tal vez sí exista una recóndita razón, después de todo. Puede que no conciba mi futuro esperando que vengan a encargarse de mí. Sobrevivir como un anciano despachando principiantes para comprobar quién tiene las agallas de intentar encargarse de mí una vez se le hayan soldado los huesos justos. Entrenando un cachorro que me asegure la vejez y la protección. No te juzgo, simplemente pienso distinto. Aún no eres tan mayor, podrás volver a hacerlo. Sigues siendo el mejor de los maestros, te apañarás bien. Encontrarás a alguien como yo, que lo quiera todo. Que no tema nada. Que te haga amasar una pequeña fortuna con la que desaparecer y tomarte al fin tu merecido descanso muy lejos de aquí. Sinceramente, te deseo lo mejor. Pero, querido H, si intentas ponerte en contacto conmigo, si aparece alguien para recordarme que de ésto uno no se retira a voluntad, te mataré.

Buena suerte, capitán Haddock.

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