domingo, 25 de julio de 2010

UY, ¿Y ÉSTO?

Últimamente tengo el blog bastante descuidado. Lo sé. Lo siento. Mirándolo por el lado bueno, es fácil pedir disculpas cuando es bastante probable que estas mismas lineas sólo sean leídas por mí, única y exclusivamente. Siendo así, rebajarse hasta la disculpa por un motivo absurdo es todavía más fácil, mucho más cómodo que haber sido un cabrón genocida de los de toda la vida y pedir perdón en pleno centro del desierto del Sáhara mientras no haces ni un pequeño esfuerzo por aguantarte la risa. Por otra parte, evidentemente no me siento obligado disculparme realmente, jamás firmé un contrato vinculante para escribir equis cantidad de basura mensual, por ejemplo. Siempre admití que lo haría egoistamente, por pasar el rato y quitarme porquería de la cabeza. El único e insignificante daño colateral eres tú, querido lector, si es que existes. Además, así a lo tonto me he pulido un párrafo entero divagando sobre perdones y dictadores. Por otra parte, no esperes que en los sucesivos la cosa cobre algo de significado, hoy no tengo ni puñetera idea de sobre qué escribir ("¿Y por qué escribes?" "Porque me da la puta gana").
Punto y aparte.

En principio pensé en desarrollar toda una entrada sobre mi fértil y variada (créeme, variadísima) vida profesional, debido a que hace poco me llegó uno de esos históricos laborales que aparecen en el buzón porque sí, sin pedirlos. Pero no sé si realmente quiero complicarme mucho para soltar algo que, total, no va a ninguna parte, sin moraleja, opinión ni tres actos como Dios manda. Y como por otra parte dispongo de unos minutos esperando que se bajen unos archivos (no, no es porno, palabra) y me aburro considerablemente, he decidido contar por qué tengo tan abandonado este espacio yermo.

La verdad es que mi vida va como siempre, a trompicones. Es una regularidad que tranquiliza bastante, lo sé, no puedo quejarme. La confortable y cálida mediocridad. Si hace unas semanas era una persona sin oficio ni beneficio, ahora sigo siendo alguien de baja estofa, pero con empleo. O casi. He empezado a trabajar de teleoperador, seis horas al día, salario mínimo y sin pagas. Y sorprendentemente me gusta. Hay buen ambiente de trabajo, me pilla bastante cerca de casa y el horario es cojonudo: me deja libre toda la mañana y a la hora de salir todavía es pronto para tomar unas cañas, ir a mi clase de aikido o que me inviten a cenar. Incluso currándomelo un poco, creo que me dará margen para ir alguna mañana a Madrid a comerme algún casting. La única pega es que pagan tan poco que me veré obligado a buscar un segundo empleo, de fin de semana. Poner copas y esas cosas, supongo. Puta crisis...

Aparte de esto, mi vida personal también da giros inesperados, ora bizarros, ora encantadores, como en la mejor temporada de “Al salir de clase”, esa que escribió Mr. Lobo. Tanto que últimamente paso demasiado de decir “digo” a decir “Diego”. Y lo peor, lo admito tan campante. Total, que a ratos ni me reconozco: paso DÍAS ENTEROS sin tomar café (lo de la cerveza ya se verá), acudo al gimnasio por ciclos y mi alimentación mediocre pronto saldrá como ejemplo alarmantemente negativo en el programa de la mañana en La Primera, ese del doctorcillo bajito con bigote y gafas que está enamorado secretamente de la guapa presentadora semiautista. Bueno, por no mencionar muchos otros hábitos que de repente he abandonado, cuando pensé que me acompañarían hasta el resto de mis días de soltero empedernido.

El caso es, que aunque me da bastante pudor hablar de mi verdadera vida personal (de la que va más allá de las quejas, rabietas y excreciones sobre ciertos prójimos) es posible que estas lineas esté escribiéndolas el mismísimo “Moi 2.0”. Y en parte acojona.

..