martes, 19 de enero de 2010

De peatones y hombres

Hace pocos días que he recuperado la capacidad de montar en moto, y soy feliz. Desde que la tengo, hace dos años, son mínimas las ocasiones en las que viajo en coche y dejo a mi querida burrica a un lado: los días de tormenta severa, en los viajes muy largos o en los que debo llegar a más gente y cuando voy al Mercadona o al Carreful en busca de provisiones. La moto, o mejor dicho, mi moto, me da una sensación de libertad sencillamente imposible de experimentar con otras actividades más o menos compatibles con la vida diaria. Así que descartamos el parapente, el esquí extremo o gritar “¡Malditos negratas!” en medio del Bronx.

Y he de decir que viajar a lomos de mi gordita me ha proporcionado muchas alegrías, unos pocos sustos y alguna situación extraña. Es de esta última sección de la que quiero hablar. Como he dicho antes, hace una semana me aventuré con ella de nuevo al centro de Valencia, y volví a recordar los momentos difíciles de ser un jinete urbano: conductores que cambian a su antojo de carril sin poner intermitentes, peatones intrépidos que se zampan un carril de cuatro carriles mirándote desafiantes, o el típico coche que acelera ante el color ámbar. Y fue entonces cuando recordé una situación que viví unos meses antes de mi stand-by quirúrgico que paralizó además mis clases de pilates y aikido, los j*****s bailes latinos o algo tan sencillo como dormir en mi colchón caro de látex de toda la vida.

La cosa fue tal que así: Estaba yo en una vía larguísima y rectísima de cuatro carriles, parado en un semáforo rojo. Se trataba de uno de esos semáforos críticos, de los que si no sales rapidísimo, te pillan los otros quince que vienen después. Vamos, que si sueles pasar por allí regularmente acabas dejando casi un año de tu vida en esa maldita avenida. En fin. El caso, digo, es que estando en esas, aquello parecía una parrilla de salida en Daytona. Todos intentábamos estar preparados para arrancar en cuanto el peatón verde comenzara a parpadear. Y yo también. Dos carriles a mi izquierda vi al enemigo a batir. Una scooter de respetable cilindrada igual de preparada. O más, porque de repente ante el asombro de todos miró a ambos lados, se pasó el rojo por el forro y salió disparada en línea recta. Me extrañó porque no parecía el típico perfil de niñato descerebrado que conduce su ciclomotor jugándose su pellejo y la estabilidad emocional del resto, sino alguien de mediana edad, con su traje, su corbata y su cartera de comercial.

El resto de conductores esperamos prudentemente hasta poder salir casi correctamente desde un punto de vista vial. Una vez en marcha y mirando muy a lo lejos, por lo de la previsión a larco alcance que tienes que controlar cuando conduces una moto, lo comprendí todo. A tres calles había un señor de bastante edad, que había comenzado a cruzar en la lejanía mientras su semáforo comenzaba a parpadear. Así que para cuando todos tuvimos luz verde, el buen hombre se había quedado en medio de la calzada, con un importante tembleque en las piernas y sin saber si avanzar o retroceder. Y aquí el colega motorista, que se había pispado de todo mientras esperaba, decidió saltarse el semáforo, jugársela ante cualquier coche imprevisto que se incorporara desde cualquier otra calle, y correr como alma que lleva el diablo directamente hacia el anciano. Ni que decir tiene que al principio el susodicho puso cara de cagarse por la pata abajo. De repente, a unos diez o quince metros frenó en seco, puso la luz de emergencia de su scooter, plantó los dos pies en el suelo y abrió sus brazos en cruz frente a él. Consiguió hacerse lo bastante visible en la distancia para toda la jauría que íbamos derechos hacia ellos que los cuatro carriles tuvimos que aminorar un buen trecho antes, y dos de ellos hasta detenerse completamente. Ahora el viejecito comprendió todo, agradeció levemente con la cabeza y siguió su camino mucho más tranquilo hacia la acera mientras algunos conductores se frotaban los ojos y un servidor no podía evitar que el escaso vello del brazo se le pusiera de gallina. Y es que, quien se mueva habitualmente por ciudad en moto (y el amigo tenía toda la pinta) sabe que hay pocas cosas tan temibles como ver por el espejo que un coche te atosiga por detrás. Pero parece que en el poco tiempo que tuvo para darse cuenta de la situación que tenía lugar a unos cientos de metros, calcular lo que se le vendría encima al pobre hombre y tomar una decisión, pensó que por él no iba a quedar. Si bien era relativamente improbable que al buen señor lo atropellaran, tenía todas las papeletas para comerse las increpaciones de una banda de salvajes al volante en hora punta y un susto susto del quince en forma de avalancha de colorines brillantes y neumático.

Después de esos pocos segundos confusos, que para mí fueron minutos, no tuve valor para saltarme el ámbar y me detuve. Más que nada por asimilar la situación, y sobretodo por asomarme a mi retrovisor y comprobar que a mis espaldas todo había salido bien. No habían indicios de lo contrario, aunque tampoco pude divisar al anciano ni su salvador. Posiblemente éste último había girado en la calle de antes, o puede que hubiera ido parándose a un lado para asegurarse de que llegaba bien a su destino. Pero sí recuerdo perfectamente, casi como si hubiera sido esta mañana, que algunos días de mierda en los que pienso que las personas que pululamos por la ciudad parecemos borregos imbéciles y a veces enormes cabrones, me resbalarían por completo sobre la bolsa escrotal si tuviera la oportunidad de encontrarme al motorista anónimo y darle un sonoro y húmedo beso en la visera del casco.

martes, 12 de enero de 2010

Si lo sé no ceno.

Empiezo a tener gusa. Decido cenar. Le echo un par y me asomo a la nevera. Uy, pizza barbacoa, con su salsita y todo. A ver, a ver. Guay, queda cerveza. De puta madre. Pongo el horno a precalentar unos minutos, programo la cuenta atrás del móvil y deambulo por la cocina. Paso de esperar más. Meto la pizza y me voy al comedor, a esperar. Mientras tanto sigo leyendo. Tengo una golosina nueva. “Cuando éramos honrados mercenarios”, de mi idolatrado Arturo Pérez-Reverte. Son artículos cortos, del XlSemanal. Me da tiempo a leer dos. Uno trata de una joven inmigrante que ayuda a un anciano. El segundo en cambio me altera la sangre. Va de banqueros avariciosos y políticos incompetentes. Como casi siempre. Cuánto malnacido. Me avisa el cronómetro. Llevo la pizza y la cerveza hasta la mesa, al borde de mi sofá. Me ajusto el nórdico. Busco el mando a distancia. A estas horas suelo ver “Padre de familia” en la Fox. No lo encuentro, a saber. Bah, pues dejo Telecinco. Noticias. Uau, la pizza quema. Es igual, tengo hambre. Me la juego y muerdo a ciegas, mirando la tele. La iglesia no cree que “Avatar” triunfe. Califica la historia de blanda. Jeje, me río de lado. Zapatero a tus zapatos, pienso. Curas que hablan de más y periodistas que no encuentran otra cosa. Menuda combinación, como los mejillones con nocilla. Sobresalto, comienza otra noticia. Ciertas informaciones indican que se planearon atentados contra Jose María Aznar hasta en tres ocasiones. Más el atentado fallido en el noventa y cinco, cuando lo del coche blindado. Quién sabe qué gallo nos cantaría a estas alturas. Con algo de suerte, ni hubiéramos tenido un 11-M. Pero claro. No está mal la pizza. Parece que el alcalde de Polop fue asesinado por razones urbanísticas. Como no se avenía a mis razones, las del ladrillo, contrato a dos sicarios checos y a otra cosa. Más me duele a mí, créeme. Pero mis hijos tendrán que comer y vestirse, entiéndeme. Además, eso te pasa por cabezón, así que matarile-rile-rile. Echo un trago de cerveza, por si me hace de punto y aparte. No hay indicios de que “Air Comet” cometiera estafa. Aunque los billetes que vendía fueran cromos de Oliver y Benji. Da igual que cientos de trabajadores llevaran meses sin cobrar. Tampoco importa la gente que se quedó con cara de liebre en mitad de una carretera comarcal mientras le das las largas. Qué raro, no nos llaman para embarcar. Bueno, se recurrirá. No sé para qué. A ver si la siguiente. El paro seguirá aumentando hasta el primer trimestre del 2011. Este año también nos lo comemos sin cocinar, frío de la nevera. A pelo. Mierda. Pues esta tampoco. Un grupo de trabajadores montan guardia en la puerta de la fábrica, para que los dueños no recojan “su” maquinaria. No cobran desde agosto, pero el paro tampoco procede. En el limbo, dice el periodista. Yo como hace meses de lo que me pueden prestar mis padres jubilados , dice un afectado. Hasta marzo no sale el juicio. Y luego papeleo, claro. Hasta entonces hacen turnos frente a una fogata. Supongo que mientras comerán aire. Aire frío del carajo. Y beberán mala hostia, qué si no. Yo al menos tengo pizza y cerveza barata. Pero está dejando de apetecerme. Y ver las noticias también. Odio cenar con cara de asco. Bajo la mirada. Me centraré en el plato. El gobierno controlará los sueldos de los controladores aéreos. De media cobran casi cuatrocientos mil euros anuales. Más pagas. Más horas extras. No mires, no mires. Sigue con tu pizza. Claro, por esto siempre veo la Fox a estas horas. Bendita ignorancia. La presentadora cambia su tono. De grave a jocoso. La segunda mitad del telediario. La de los deportes. Bueno, la de los futbolistas. Esos que se niegan a pagar los mismos impuestos que pagamos todos los obreretes capullos. Ellos lo merecen, piensan que pensamos. Lo peor es que así es. Por eso pongo el piloto automático, para no verlos sufrir. Uy, uno se ha roto un ligamento. Maldita sea, este mes la hipoteca le vendrá ajustadita. Esta sección del telediario suele venir trufada de noticias de relleno. Desatada la fiebre de “Avatar”, algunos jóvenes incluso están empezando a aprender el idioma de la película, el Na´avi. No doy crédito. A veces no me merezco mis coetáneos. Cuantísimo gilipollas. Ah, claro. Flashback. Ahora ato cabos. Si es que no nos merecemos mucho más. Mierda.
Hoy paso del postre.

domingo, 10 de enero de 2010

Envidia en la sala de espera

Una de las costumbres que he adquirido recientemente es la de pasar por la sección de Rehabilitación del hospital de mi ciudad. Soy así de raro. También influirá algo mi reciente operación de hombro, claro. Cuando vas a una cosa así sabes que deberás aguardar bien sentadito un tiempo de rigor antes de que llegue tu turno y una amable enfermera se entretenga retorciéndote el brazo en varias direcciones justo hasta el punto en que por muy duro que seas –en mi caso ese punto de duro es colindante con el de nenaza- se te salta una lagrimita traidora. En esa situación no sólo esperas, y punto. Esperas encontrarte con toda clase de gente en la misma sala. He llegado a distinguir entre varios clásicos: el ama de casa con esguince tobillero que combina pantalón de chándal con tacones, el jubilado impaciente que se sabe con más derechos que el resto de los pacientes -y lo proclama-, la cajera del Día con el piercing de rigor –sí, ese que confundes con una verruga si no te fijas- embutida en un collarín cervical, etc. Resumiendo mucho, aún me falta cierta práctica.

Estando yo en esas hace unos días me llamó la atención un señor que debía estar jubilado por su edad y parecía esperar a alquien cercano, no a que le atendieran a él. Bueno, en realidad no me llamó la atención él, ni cuando se levantó al ver salir a su mujer de la consulta para entregarle el bolso que le había custodiado. No había nada especial en ellos a priori. O sí, por eso de que todos y cada uno de nosotros somos especiales, un copo único y hermoso de nieve. Ya sabes, todos hemos recibido ese puñetero power point azucarado, a veces del remitente al que menos relacionaríamos con esas ñoñerías, puaj. Superficialmente, yo diría que era simplemente una pareja que envejecía hacia los setenta. Lo primero que pensé fue “adorables”. Oh, fíjate. Qué bonito que él la acompañe a la consulta y esté dispuesto a aburrirse durante una hora sólo para compartir con ella el viaje de ida y vuelta, a pesar de que seguramente están todo el día juntos… Cuando le acercó sus cosas, ella con un mínimo gesto le indicó que aún no, que pasaría al aseo antes de salir a la calle. Así que lo conservó otro poco más y se quedó allí plantado, en mitad de la sala de espera, aguardando de nuevo. Sorprendentemente libre de esa vergüenza inconfesable que se nos sube a la chepa a muchos cuando sostenemos el bolso de la parienta en un sitio público, y que es más acusada en los señores de cierta edad. Pero el susodicho estaba allí, de pie, en el centro de una sala llena de desconocidos, con el bolso de su señora. Tan cómodo.

Como un servidor fue ese día sin libro salva-esperas, se sorprendió a estas alturas escrutando al buen señor. Ni alto ni bajo, ni gordo ni muy delgado. Noté que a diferencia de casi toda la gente de su edad, mantenía una postura corporal muy digna, nada de estar encorvado, con el lomo y la panza dejados de la mano de Dios. La mirada nivelada, no a las baldosas, ni lastimera o cansada. Pero tampoco estirado. Sólo normal. En un momento dado su mirada igual de tranquila se concentró en el fondo de un pasillo al que él tenía acceso visual, pero yo no. Desconozco lo que sería, por su expresión posiblemente nada en particular, pero no tenía la mirada perdida, sino todo lo contrario, visiblemente lúcida. Como alguien que piensa simultáneamente en lo que hará al llegar a casa, lo que hizo ayer, lo que planea para dentro de una semana y sin embargo no está ausente en su entorno, hilito de baba descolgando por la comisura, sino atento a cuanto le rodea. En ese momento salió su señora del aseo, y él se giró hacia ella con la naturalidad de saber que ella iba a reaparecer justo entonces, como si ambos llevaran conectado el Bluetooth. Entendiéndose sin mirarse, y no obstante mirándose porque sí.
La Doña se le parecía bastante. Entiéndanme, no como hermanos, sino como piezas de un engranaje que llevara siglos acoplando sus piezas. No creo que fuera una pareja creada a una edad algo tardía, se notaba una solera de años en lo suyo. Porte digno, expresión tranquila, bien vestida pero no fuera de lugar. Ella tardó menos de un segundo en repasar las miradas de los presentes en la sala, incluida la mía que no me dio tiempo a apartar. Dio un “buenos días” totalmente normal, justo al mismo tiempo que él, y se dirigieron a la salida. Y ya está.

Ahí me quedé yo, sentadito muy formal y con mi estudiada cara de “vaca mirando tren que pasa”. Repasando mentalmente porqué precisamente me había fijado en ellos, en lo cómodos y tranquilos que se les veía en mitad de un cuarto lleno de desconocidos. Lo a gusto que parecían estar consigo mismos, y con su otro. En su ropa, ni tan clásica que les sumara años, ni demasiado juvenil para su edad, algo que le pasa a cada vez más gente. Y sobretodo, en el yuyu que me encoge la tripa cada vez que pienso en que hasta yo me haré mayor, y en qué puñetero documento habría que firmar con sangre propia para asegurarme un proceso de maduración como aquél. Ojalá, qué tranquilidad me aseguraría desde ya mismo, rediez.

jueves, 7 de enero de 2010

El desenlace (La Odisea, de Onero III)

Antes del desenlace de este trepidante relato se producen ciertos acontecimientos. Para resumirlos mucho, diremos que nuestro joven héroe se dio de alta en Ono. Por una parte disfrutó desde un primer momento de la televisión por cable, con algunos canales sinceramente molones. Aparte de “Paramount Comedy”, otros muchos como “Ctk”, “Mgm” o por supuesto la “Fox”. Hurra, hurra… Pero como muchos de ustedes imaginarán ya a estas alturas, la velocidad prometida era justo de 3 megas. Esto en términos puramente científicos significa que comparado con mis 8 anteriores al hacer una descarga me tomaría más del doble de tiempo. Ni más ni menos. Si a esto sumamos que durante varios días se sucedieron mini-cortes en la conexión que dieron al traste con numerosas descargas de… copias de seguridad de ciertas películas, os haréis una idea de que un servidor se puso rojo rojo rojo, como el más pequeño de los Dalton. En esta ocasión obviaré las múltiples llamadas que hizo, las primeras de las cuales solicitaban un técnico que lo solucionara , y en último término otras tantas pidiendo que le dieran de baja porque le tenían muy hartito. En cambio os ofrezco la última, que ilustra cómo fueron los anteriores intentos, que se quedaron en nada.



DIA 3

Moi lleva un rato meditando llamar a Ono (one more time) para solicitar la baja. Calcula cuidadosamente si tiene un par de horas libres antes de marcar el número, y decide que sí. Unas cuantas identificaciones de usuario más tarde, junto con bastantes opciones elegidas con el teclado del teléfono…


Moi: “Hola. ¿Es por fin el departamento de bajas?”

Ono: “En efecto señor Camacho, ¿en qué puedo ayudarle?”

Moi: “Pues quisiera darme de baja de sus servicios de internet, teléfono y televisión”

Ono: “Ajá. ¿Me indicaría los motivos, si es tan amable?”

Moi: “Sí, léase el primer párrafo de esta entrada del blog, que no tengo ganas de repetirlo todo”

Ono: “Bueno, como le comentó mi compañera, tiene usted la opción de ampliar a 6 megas su contrato y…”

Moi: “¡Mire… señorita! No quiero ampliar nada, me va a costar tanto como con mi anterior compañía y… y que no. Que quiero darme de baja. Léase las primeras dos partes de esta Odisea de Onero y ahórreme trabajo, por favor.”

Ono: “Está bien, pero le advierto que tiene usted un contrato de permanencia de 18 meses y si le damos de baja deberá abonar usted la cantidad de 150 euros…”

Moi: “Eso lo dudo. Como le indiqué a la comercial, si no se cumplían las condiciones que me ofrecía, me daría de baja sin pagar nada más que los días de servicio. Tengo la conversación grabada y puedo asegurarle que actualmente mi conexión dista mucho de lo hablado”

Ono: “Bueno, esa no es mi competencia. Le repito que inicialmente tendrá usted que abonar 150 eu…”

Moi: “Jeje. No. De hecho, en cuanto le cuelgue a usted daré orden a mi banco de que no pague ningún recibo superior a 30 euros”

Ono: “Sepa señor, que en ese caso usted será incluido en una lista de morosos, que le imposibilitará cualquier compra a crédito en el futro”

Moi: “Estupendo, no pienso comprar nada a crédito en un futuro a medio plazo. No obstante, no tendré ningún problema en ponerlo en manos de un abogado si procede…”

Ono: “…Bien… Pero permítame recordarle que si prueba con los 6 megas…”

Moi: “¡QUE NO! ¡NO QUIERO NI UN SOLO MEGA SUYO! ¡QUIERO QUE ME DÉ DE BAJA!”

Ono: “Vale, tendrá que apuntarse la dirección a la que enviar el router, el decodificador de televisión, el mando, los cables…”

Moi: “¿Que qué? No. Mire, lo trajo un técnico, que vuelva a pasar y se lo lleve”

Ono: “DE ESO NADA. ¿Porqué va a pasar nadie por su casa? ¿Por su cara bonita? No, aquí las cosas se hacen como dispone la compañía” (contestación textual)

Moi: “Oh… Ahora sí que me va a dar de baja, y además le voy a poner una reclamación por su pésima educación. ¿Cuál es su nombre y número de extensión?”

Ono: “Vanesa XXXXXX, el número de extensión no se lo puedo facilitar”

Moi: “Ok, en ese caso páseme con su supervisor”

Ono: “No, no puedo hacer eso. Yo soy mi supervisor”

Moi: “¿¿Qué?? Ahora lo entiendo todo.”

Ono: “No, quiero decir que… que no hay supervisor… que es un departamento donde… todos somos iguales, y…”

Moi: “Y campan a sus anchas. Entiendo”

Ono: (ya más tranquilita) “Permítame de nuevo insistir, es que sé que estoy segura de que con 6 megas estaría mucho más satisfecho, porque la fibra óptica…”

Moi: “NO. NO, NO. Miraaaa…Vanesa. Te repito que no quiero seguir siendo cliente vuestro. Quiero que me des de baja. Punto. ¿Entendido?”

Ono: “De acuerdo, no se retire”

(minutos después)

Ono: “Disculpe la espera. Estoy realizando las gestiones para la baja, no se retire”

(otros tres o cuatro minutos después)

Ono: “Disculpe de nuevo la espera. Sigo realizando las gestiones correspondientes. Mientras tanto, aún puede echarse atrás y probar con los 6 megas…” (¡esto es totalmente real!)

Moi: “Vanesa. Mira, hasta que no me des de baja me niego rotundamente a discutir de nuevo esto.”

Ono: “Ya, pero lo digo pensando en usted. Es que va a tener que pagar 150 euros”

Moi: “Vanesa, no me quieras tanto. Gracias por la preocupación. Dame de baja”

Ono: “ No, si yo entiendo que esté usted enojado, pero es que es una tontería perder 150 euros pudiendo…”

Moi: “DAME-DE-BAJA,POR-FAVOR” (en esos momentos aprendí a hablar en mayúsculas)

Todo bastante resumido, porque en esos momentos miro el reloj y me doy cuenta de que llevo al teléfono casi una hora, y una vez más me ponen en espera. La cancioncita, por cierto, aún me provoca pesadillas. Llevo días intentando conseguirla para ponerla al revés en un tocadiscos, por curiosidad.

Ono: “Disculpe de nuevo señor Camacho. Antes de darle de baja definitivamente, voy a consultar si hay alguna oferta aplicable a su caso de la que se pueda beneficiar. Un…”

Moi: “¡No, espera!”

Ono: “…momento…”

(Tirorirorí tioriroríiiii….)

Ono: “Mire, señor Camacho, en estos momentos disfruta usted de nuestros máximos descuentos, pero en un futuro no descartamos hacer nuevas ofertas de las que podría beneficiarse al seguir con nosotros. ¿Quiere que le amplíe a 6 megas?”

Moi: (con el rostro desencajado) “Mira Vanesa, vas a acabar haciendo que te hable muy mal, y no quiero. En parte porque va a caer en saco roto, y voy a malgastar saliva. Además, no puedo estar una hora discutiendo contigo para que no escuches nada de lo que te digo. Estoy harto. Quiero colgar de una vez. DAME DE BAJA YA”

Ono: “Entiendo su enojo. Pero le aconsejo que…” (Y no, no me he equivocado al escribir. La tipa entró en un bucle, como sus anteriores compañeras a las que había acabado colgando)

Moi: “Vanesa, mi enojo viene no tanto de que la comercial me la metiera doblada, como del hecho de que me estés ignorando por completo. A ver, ¿qué palabra de “dame de baja” no entiendes?”

Ono: “¡Es que si le doy de baja tendrá que pagar una sanción!”

Moi: “¡Me da igual”

Ono: “¡Ya, pero es que la solución es mucho más fácil! Basta con que pruebe los 6 megas que le estoy ofreciendo, y en un futuro…”
En esos momentos tensos yo ya hablaba con un marcado sarcasmo que ella parecía ignorar. Llegué a ponerle voces de dibujos animados en algunas partes de estas últimas líneas, que fueron muchas más porque realmente nos vimos inmersos en un bucle del que no supe salir. Yo reía nerviosamente, pero ella se limitaba a leer una y otra vez su manual, bajo el apartado “Si un cliente pretende darse de baja”. Me convertí en un hombre desesperado. Respiré profundamente y me concentré. Entorné los ojos y de repente vi una luz, un resquicio. Así que hábilmente y con la velocidad de un rayo aproveché una pausa que hizo para respirar, y le dije:

Moi: “Mira, Vanesa, bonita… Ahora mismo estoy muy muy muy enfadado, con Ono, contigo y con parte de tu familia. Pero no voy a chillarte, porque estoy empezando a marearme. Acabo de cortarme las venas porque no me has dado opción, y durante las últimas ofertas de 6 megas que me has ofrecido he perdido bastante sangre. Así que ahora voy a colgarte, porque necesito la línea libre para llamar a Emergencias. Gracias por tu ayuda.”

Ono: “Disculpe, no le he entendido.”

Moi: “pí-pí-pí-pí…”



Nunca mientras viva lamentaré lo suficiente no haber grabado la conversación. Bueno,las conversaciones. Porque esta última es bastante similar a las anteriores dos que tuve solo unos días antes, y que consiguieron que acabara colgando por K.O. técnico. Y por falta de batería del inalámbrico. Pero os prometo que lo aquí reflejado es totalmente cierto, y muy básico. Sin intención de exagerar, os prometo que literalmente me frotaba los ojos de incredulidad mientras me pateaba el laaaaaargo pasillo de mi casa como unas cincuenta veces.

Ni decir tiene que finalmente me di de baja de Tele2. Y que actualmente los servicios de Ono siguen ocasionándome problemas. Pero ahora me parecen cojonudos.

domingo, 3 de enero de 2010

La Odisea, de Onero (II)

Entre el 1 y el 2 transcurren unos ocho días, durante los cuales me encuentro a menudo llamadas perdidas en el teléfono fijo de casa. La mayoría son de Ono, un par de mi suegra (que si vamos a comer el domingo) y otra de un señor que me dice en mi contestador que pago excesivamente por mi seguro del automóvil y, en pocas palabras, que si estoy tonto o sólo me sobra el dinero. Bueno, es lo que entiendo entre líneas, pero entonces caigo en que es de mi misma compañía de seguros. Así que sí, estoy tonto.
Como ha sido una semana bastante ajetreada, no atiendo la llamada acordada. Pero le doy algunas vueltas a lo hablado, y pienso que si realmente 3 megas de Ono equivalen a 6, y me ahorro 5 pavos mensuales, tampoco está mal la cosa. Además, está la banda ancha portátil que no usaré, y los canales de televisión entre los cuales se encuentra “Paramount Comedy”, al que estuve en su tiempo bastante enganchado. Así que discuto conmigo mismo y acabo acordando que (qué coño) aceptaré la oferta. Un par de días después me llama una compañera de la primera teleoperadora…

DIA 2

Moi está tomándose un cafelito y un poco aburrido.

Ono: “Buenas tardes, soy del departamento de calidad de Ono. Nos consta que fue usted cliente nuestro con anterioridad, así que quisiera comentarle una oferta especial de la que pueden beneficiarse las personas en su situación.”

Moi: “Sí. Mire, me llamo hace unos días una compañera suya por lo mismo. Imagino que me ofrecerá teléfono fijo, televisión y 3 megas de internet por 39 euros al mes, ¿no?”

Ono: “Así es. ¿Con qué compañía tiene ahora mismo estos servicios contratados, y cuánto paga, si me permite?”

Moi: “Con Tele2, pago unos 44 euros. Pero tengo 8 megas.”

Ono: “Sí, pero tenga en cuenta que 3 megas con nosotros equivalen a la velocidad que usted viene utilizando hasta ahora, porque la fibra óptica blablablá…” (creo recordar incluso que dijo que es mágica, o algo así)

Moi: “Sí, sobre esto, mira, tengo mis dudas con lo que me habéis dicho varias veces, porque pienso que 3 megas son 3 megas aquí o en la china, y no pueden equivaler a los 8 que tengo…”

Ono: “Sí, no lo dude, así es. Incluso puede que la velocidad de descarga le funcione más rápidamente con nosotros.”

Moi: “Vale, vamos a hacer una cosa. Si me dices la verdad yo me ahorraré unos 5 euros, que no son mucho, y tendré la televisión gratis y la banda ancha móvil. Si no es así, y descubro que la velocidad me rinde a la mitad, me volveré a dar de baja de vuestros servicios por mucha permanencia que me hagáis firmar. Alegaré que no era cierto lo que me ofreciste, y creo que esto a ti tampoco te interesa.”

Ono: (emocionada e hiperventilando) “Sí, claro, esté tranquilo por eso. Si no le he dicho la verdad usted podrá darse de baja sin problemas. Sobre la banda ancha móvil, lamento decirle que únicamente la ofrecemos a clientes que contratan 6 megas, si quiere se lo amplío…”

Moi: “No, mira, tu compañera me la ofreció con este mismo paquete, de hecho tengo un correo que me envió.”

Ono: “Lamento decirle que no puede ser, sin duda no se entendieron bien, o puede que ella no fuera suficientemente clara, pero no está incluida.”

Moi: “Bueno, puedo reenviarte el correo para que veas que no fue un error de comprensión, simplemente es lo que me ofreció…”

Ono: “Le pido disculpas en nombre de la compañía si mi compañera le ofreció una información errónea. Si lo desea puede llamarnos y comprobar la disponibilidad de dicha oferta, pero le adelanto que no podrán ofrecérsela contratando 3 megas”

Moi: (cegado por dos o tres canales de televisión que podría ver de nuevo) “Está bien, de todas formas no pensaba utilizarla demasiado, no salgo por ahí con el portátil. Pero te recuerdo que si la velocidad de internet no es similar a la que tengo, me daré de baja sin pensármelo”

Ono: (deduzco que apretando mucho las piernas y con espasmos) “Sí, sí, sí, no se preocupe. Le aseguro personalmente que quedará muy satisfecho” (como ella en esos momentos)

A partir de aquí acordamos día y hora para que el técnico venga a casa velozmente y se encargue de todo. Se acercaba el momento de la verdad. ¡Tres contra ocho!



(próximamente, el desenlace)

La Odisea, de Onero (I)

Esto promete ser realmente largo. Genial, para un tipo como yo pegado al internete. Me refiero a la odisea que me une a Ono, esa operadora que inspiró a los mercaderes persas y sus técnicas de ventas. Y por lo visto, algunas formas de tortura de ciertas prisiones chinas.
Por problemas de extensión, así como de luxación mecanográfica de muñeca y varios dedos, lo postearé en varias partes.


DÍA 1

Moi está a punto de salir de casa cuando recibe una llamada desde un número desconocido.

Ono: “Buenas tardes, le llamo del departamento de calidad de Ono. En vista de que usted fue cliente nuestro con anterioridad, le llamamos para ofrecerle una oferta especial y…”

Moi: “Ya, pero es que tengo teléfono e internet con otra compañía, y me va bastante rápido, a unos 8 megas por lo menos. Pago 44 euros al mes, que es más barato que con ustedes. Ya me han llamado varias compañeras suyas...”

Ono: “Claro, le entiendo señor Camacho. Pero tenga en cuenta que con nosotros pagará unos 5 euros menos al mes durante un año, con un paquete de televisión por cable que está muy bien.”

Moi: “Se lo agradezco, pero la televisión yo no la veo prácticamente. Con la TDT me sobra. Además, creo que usted me ofrece 3 megas, que es menos de la mitad de lo que vengo disfrutando…”

Ono: “Tenga en cuenta señor Camacho, que nuestros 3 megas de velocidad transcurren por fibra óptica, que es un sistema de transmisión muy superior al adsl convencional, por lo que usted no notará diferencia. Es más, puede que le vaya más rápido…”

Moi: “¿Ein? 3 Megas son 3 megas, y no creo que equivalgan a 8, por muy bien que funcionen.”

Ono: “Pues sí, debido a que posee una mejor calidad de transmisión, las averías no afectan a la línea telefónica y blablablá. Además, ahorrará bastante dinero puesto que la oferta le incluye el módem wifi y la instalación totalmente gratis…”

Moi: “Es que ya tengo ambas cosas, le recuerdo que fui cliente suyo…”

Ono: “En ese caso, le ofrecemos un módem usb de banda ancha móvil, para que usted se conecte con su portátil donde quiera cómodamente y con un servicio muy similiar al de su casa.”

Moi: “Pero… con un límite de descarga, supongo… ¿de cuánto?”

Ono: “5 megas diarios.”

Moi: “¿5 megas? …Wow… “

Ono: “…”

Moi: “Quiero decir, que eso es poquísimo.”

Ono: “Bueno, mi hija lo tiene y le sobra para abrir su correo…”

Moi: “Ya, en caso de que no haya ni una sola imagen, porque si no…”

Ono: “De todas formas, le recuerdo señor Camacho, que el servicio de internet que le ofrecemos es claramente superior a cualquier otro que pueda usted conseguir, y como me ha dicho, se ahorrará más de 5 euros al mes durante un año entero. Y disfrutará de unos canales de televisión muy interesantes.”

Moi: “Estooo... Sí, pero le recuerdo que me está ofreciendo una velocidad de menos de la mitad de lo que tengo actualmente, así que cambiar de compañía para empeorar no me convence demasiado.”

Ono: “Bueno, disponemos también señor Camacho de una velocidad de 6 megas que funciona realmente bien, por sólo 10 euros más, es decir 49 euros al mes durante el primer año.”

Moi: “Ajá, en ese caso no me interesa cambiar para pagar más por la misma velocidad”

Ono:
“Pero dispondrá usted de un paquete de televisión realmente interesante que…”

Moi: “Es que con la TDT me sobra, como le comenté. De todas formas, no puedo atenderle mucho más porque estaba saliendo de casa. Lo siento.”

Ono: “Está bien, hagamos una cosa. Le envío esta oferta a su correo electrónico y lo piensa usted detenidamente. Cuando me diga vuelvo a llamarle y me da una respuesta, ¿le parece?”

Moi: “Me parece. Llámeme la semana que viene, el viernes sobre esta misma hora. Gracias.”

Ono: “Buenas tardes y gracias.”

Moi: “A usted.”

Un par de aclaraciones: Hasta aquí todo transcurre más o menos normalmente. Es la típica llamada de la hora de la siesta, con los típicos argumentos que puedes rebatir sin problemas aunque sigas dormido. Te habrás aburrido bastante leyéndolo, pero había que ponerse en antecedentes.

La otra aclaración. Cuando en el diálogo me refiero a "Ono", no es realmente el señor Ono (no sé si será su nombre o su apellido), sino una empleada suya muy motivada. Me da escalofríos pensar que un día me llame Don Ono en persona. Imagino que me persuadiría en muy poco tiempo para poner todos mis bienes a su nombre a cambio de poder ver varios partidos al mes del Real Madrid en pago por visión.


(continuará...)

sábado, 2 de enero de 2010

Vaya, vaya...

Pues sí: vaya, vaya. Acabó el 2009 y según todos los sms llegados a (y salidos de) mi móvil, el 2010 promete ser el año definitivo, traer felicidad, prosperidad y mantener en mi agenda de la tarjeta sim amigos que no te defraudan. Y la verdad, me aterra un poco que llegue marzo y todo se vaya al carajo, "¡Sorpresa, lo único que cambia es que eres un año más viejo!". Pero tampoco será excesivamente horroroso. Es lo bueno y tranquilizador de todo lo previsible: te da tiempo para tomarte tiempo. Así que la felicidad se mantendrá en su balsámico promedio, de prosperidad andaremos bien, gracias, y en cuanto a los amigos... Pues eso, aparte de los fijos por derecho propio, unos irán descubriéndose a sí mismos y acabando en un merecido olvido, y otros nuevos y esperanzadores les sustituirán.

Lo sorprendente es que este blog, contra todo pronóstico tenga ya ¡tres entradas!. Siempre pensé que se quedaría en dos, y a otra cosa. Y después de ciertos giros inesperados en el guión de mi vida, que en realidad no lo eran tanto, parecía que acabaría marchitándose y muriendo. Y subiendo al cielo de los blogs, que imagino que en realidad es un purgatorio a rebosar de otros casi tan prescindibles como éste.

Pero para tranquilizar a los fieles lectores, que me consta que son al menos dos, he de decir que una vez colgadas tres entradas, lo más fácil del mundo es que sigan produciéndose otras muchas más por inercia e insomnio. Al menos hasta que se me acabe la caja de capsulitas de Nespresso, o mi brazo decida que ya está bien, puedo volver a dormir con normalidad. Lo primero que suceda.

Por lo demás, casi todo sigue igual. Mi moto sigue parada en el garaje, y nuestra relación empeora por momentos. Últimamente me contesta con monosílabos, y empiezo a sospechar que planea pirarse con otro que la atienda mejor. Los halógenos de mi casa van fundiéndose a un ritmo alarmante, y de momento el hombro izquierdo no me permite cambiar ninguno, así que en breve no podré ni leer la Fotogramas en el servicio.Y sobre el monólogo que suele mantenerme ocupado... Sigue a medio gas, o quizás menos. Los momentos en que me parezco gracioso y escribo algo nuevo no compensan todo lo que acabo borrando deprimido después de ver algún cómico insuperable de la Paramount Comedy, o tras la conjunción "cervezas+tarde de domingo+café-teatro". Es decir, atrapado en un bucle que va haciendo menguar lo escrito a ojos vista. ¿Alguna sugerencia, por favor? ¿No? ¿¿Es que ésto no lo lee nadie??

Ah no, todo igual no. Mi firme convicción de no comer carne jamás ha durado aproximadamente unos setenta días realmente duros. La culpa la tuvo un día tonto y un Kentucky Fried Chicken, ¿cómo se habrán enterado de que mi talón de Aquiles es el pollo marinado y con rebozado crujiente? Así que para compensar un poco a mi autoestima, he vuelto a pisar el gimnasio. Con limitaciones, claro. Pilates prohibido. De aikido ni hablamos. Pero coger una mancuerna...hay poquísimas cosas que puedes hacer con un brazo inútil, y si te explayas en las que sí corres el riesgo de tener unas agujetas acojonantes en un plazo de 48 horas. Así que de momento, lo más emocionante que me ha pasado hasta ahora ha sido intentar darme de baja de Ono. Por cierto, una de las experiencias más surrealistas de toda mi vida, palabra de honor. Lamento profundamente no haber grabado las conversaciones con las teleoperadoras, aunque prometo hacer memoria de todo el proceso y postearlo de la forma más fidedigna posible. A la misma hora, en el mismo canal, no se lo pierdan.