Si la vida es cambio, mi cara es pura vida. Soy un caso
médico prácticamente único en el mundo. Digo prácticamente porque a estas
alturas sólo se tiene constancia de otras tres personas con la misma afección,
pero sencillamente desaparecieron. No llegó a hacer un estudio como es debido
con ellas, acotando los parámetros requeridos para establecer distintas pautas
de estudio, especular con posibles causas y diagnósticos preliminares , etc.
Eso me convierte en un ejemplar único, tanto que ni existe todavía nombre
oficial. Eso sí, los médicos tuvieron desde el primer momento la gentileza de
darme un apodo temporal, que me niego a repetir aquí. No creo que llegue a
conocer el definitivo, sé que un día me hartaré y desapareceré. Y en alguna
otra nota como esta, para alguien, yo seré el cuarto.
No entraré en muchos detalles. Básicamente, sin que se tenga
una idea ni siquiera aproximada de la causa, mi metabolismo altera
constantemente mi masa muscular. En realidad esto le pasa a todo el mundo de
forma imperceptible. Lección básica: si
cualquier músculo del cuerpo se trabaja, se fortalece e hipertrofia. Si no,
inmediatamente comienza la atrofia. Siempre avanzamos o retrocedemos, subimos o
bajamos, vamos ganando o vamos perdiendo. Nada permanece completamente estático.
En mi caso esto es más cierto que en ninguno, pero de forma mucho más rápida y
arbitraria. Me levanto una mañana hecho un alfeñique, y puedo necesitar un
pijama dos tallas mayor al acostarme. O
al revés. Por suerte suele ser bastante proporcionado, es decir no me
aumenta un cuádriceps y mengua el otro,
por ejemplo. Lo que concierne al volumen corporal no me preocupa demasiado, se
puede disimular si eres mañoso vistiéndote y algo previsor. Con la cara es
peor. Cambia inexorablemente, a tal ritmo que nadie es capaz de reconocerme si
me pierde de vista unas pocas horas. Es lógico, cualquier rasgo depende de
factores minúsculos. Como desconozco el rostro que tengo en un determinado
instante, no sé cómo estoy reaccionando a una conversación. Perdí la destreza de arquear las cejas cuando
me cuentan algo asombroso, o fruncir el ceño en otra circunstancia. Por lo
general opto por mostrar una expresión neutra. Cualquiera diría que soy el
hombre de los mil rostros, pero les más acertado afirmar que soy un hombre sin
un solo rostro. Hace mucho tiempo que evito por todos los medios mi reflejo. Hasta
que dejé de mirarme en los espejos, recuerdo que rara vez llegaba a generarse
un rostro desagradable o grotesco, pero esas pocas ocasiones fueron realmente
alarmantes. El cambio las distintas partes suelen combinarse siguiendo unos
patrones más o menos cíclicos, aunque muy difíciles de prever. Incluso el cuero
cabelludo hace mutar mi peinado. Y el tono de mi voz se altera al mismo tiempo que lo hacen mis cajas de resonancia.
Que mis colegas de cara cambiante desaparecieran no es
difícil de entender. De hecho, creo que ni siquiera se fueron muy lejos. Igual
que ellos en sus respectivas, yo soy un nómada en mi ciudad. Es imposible llegar
a pensar que te has construido una vida, estés donde estés. Conservar un
círculo de amistades o tan siquiera conocidos, tener un trabajo estable o pagar
en un supermercado con tarjeta son tareas sencillas que yo tengo vetadas. Legalmente
me es imposible conducir más de unas horas con los papeles en regla. Por otra
parte, el abono mensual de transporte público incluye foto de carnet. O el de
la biblioteca pública. No puedo realizar prácticamente ningún trámite bancario
por razones obvias, así que todo mi capital duerme conmigo en metálico. Los
vecinos están convencidos de que subarrendo la vivienda a cantidades escandalosas
de inquilinos, distintos todos, claro. Y cuando llaman a la policía, que lo
hacen periódicamente, mostrar el pertinente
papeleo médico y responder las mismas preguntas curiosas de los agentes se
convierte en un ritual cada vez más tedioso. Parece mentira, pero en esta era informatizada
aún hay demasiadas cosas que se reducen en su forma más básica a algo tan
palpable como es el rostro que se te concedió.
No siempre fue así. Hasta la adolescencia tuve una cara
bastante común. Ni feo ni guapo. Mi mote en el colegio ridiculizaba mi
apellido, prueba inequívoca de no tener ningún rasgo especialmente destacable.
Fue en el instituto cuando comenzó a
acentuarse. Se hizo totalmente evidente cuando nadie fue capaz de
reconocerme a mi vuelta a clase después de una convalecencia de diez días por
un esguince. Para los pocos extraños que llegaban a tener conocimiento de mi
particularidad, no dejaba de ser una anécdota divertida. Mi familia en cambio nunca
lo soportó, y no les culpo. Lo intentaron, pero si lo piensas bien, caminar por
la calle sin saber si acabas de cruzarte con tu hijo o hermano sólo porque un
desconocido te ha sostenido la mirada un instante, no ha de ser fácil. Y
desayunar día tras día con un extraño acababa alterándoles por completo. Me
querían, y yo a ellos, así que opté por alejarme cuanto pude. Aunque no lo
sepan, ahora mismo vivimos en el mismo distrito postal.
Bien, si estás leyendo esta fotocopia cobarde es porque eres
una mujer de cuya compañía habré disfrutado las últimas cinco horas, calculo. Muy
probablemente nos hemos acostado. Lamento no poder personalizar más y ofrecerte este mediocre folio clonado como
toda explicación. Después de diversas experiencias, he desarrollado una especie
de método de despedidas rápidas para personas a las que he llegado a considerar
especiales, que se reduce a este panfleto. En realidad los tengo divididos en
varias modalidades: “Mujeres con las que intimo”, “Personas con que conecto en
un evento social”, “Contactos por trabajo” (a estos no les ofrezco estas
últimas explicaciones, claro) o sencillamente “Genérica”, con un resumen mucho
más somero del que a ti te ha tocado, y no del todo cierto. Pero sin duda, si
lees esto es porque decidí que merecías mucho más de mí que desaparecer de
repente, sin dejar rastro, como acabo de hacer. Tristemente es cuanto puedo
hacer. Por favor, entiende que a estas alturas de mi vida no me resulte solamente
agotador, sino sencillamente imposible ofrecer explicaciones en persona cada
vez. Probablemente nos cruzaremos en alguna parte, pero con toda seguridad no
te pondré en el brete de hacértelo saber. Lo he probado anteriormente y créeme,
nunca funciona. He apreciado enormemente tu breve compañía, y te agradezco que
me hayas conocido un poco. Nos vemos.
El Cuarto
..