martes, 26 de octubre de 2010

CASI

Cuando conocí a Melpómene aún llevaba coletas, y me pareció muy simpática. Aunque nos costó bastante, finalmente llegamos a un acuerdo razonable. Ella trabajaría de media jornada y disfrutaría de varios meses de vacaciones al año, distribuidos a su completo antojo y sin obligación de aviso previo alguno. Aún así yo me daba por satisfecho. Un buen día le hicieron una oferta que a ella le pareció mejor y acabó largándose. Más tarde supe que todo resultó ser un pufo, ya se sabe que con las crisis las apariencias se vuelven todavía más engañosas. Sobretodo si quieres que te engañen. Además, después supe que me había perdido torpemente el día diecinueve por el fregadero, así que cuando al tiempo quiso volver no me pareció buena idea contratarla de nuevo.

Polimia se enteró de lo sucedido y propuso trabajar para mí en calidad de freelance. Para ser justos he de decir que aprendí de ella más de lo que cree, como si hubiera sido la primera. Hasta hace muy poco iba y venía cuando quería, a días sueltos. No se le puede pedir más, ella es así.

Entretanto negocié una temporada con Urania. Era insultantemente bella. El más leve movimiento de la comisura de sus labios justo antes de sonreír conseguía dilatar mis pupilas por completo, creo que incluso me ponía a salivar sin poder evitarlo. Y cuando el acento andaluz le afloraba a traición y se le ponían los ojos infantiles, era yo el que sonreía hasta que conseguía sonrojarla. De ella me quedo con su regalo, “De profundis”. La única pega, que vestía la piel de la Alicia de Lewis Carroll, pero dentro latía un corazón de Sombrerero Loco. Y yo no soportaba el té.

Admito que lo de Clío me pilló por sorpresa. Comenzó de becaria, haciendo unas prácticas de verano y acabó firmando un contrato razonablemente remunerado, teniendo en cuenta el modesto estado financiero de mi empresa. Creo que fue por su mirada dulce y verde, y el aroma muy similar al poniente que despedía su pelo. Pero era aspirante a actriz y acabó dejando el empleo cuando le ofrecieron la película que llevaba tiempo esperando. Hacía de rejoneadora, y bordó el papel. Tiempo después comprendí que fue la mejor decisión, que no debía ser de ningún otro modo.

Pasé infinitas mañanas muertas observando a Talía mientras fumaba desnuda en mi balcón, apurando su taza de café. Una criatura tremendamente sensual. A veces sonreía de medio lado, con esa boca pequeña, pero casi siempre lo hacía a carcajadas, sin tapujos. Poseía el par de pies más bonitos que recuerdo haber conocido. Un día, de repente, creció y se licenció en derecho. De vez en cuando aparece en los telediarios representando a gente importante. Dicen que prácticamente es capaz de ganar un litigio desabrochándose un solo botón de la camisa ceñida.

Hubo unas cuantas más, claro. Alguna vez me acuerdo también de Euterpe, menuda y nerviosa, que intentaba a toda costa seguir siendo una nena con su melena rubia siempre impecablemente igualada, o de Calíope, que a cualquier hora del día sabía y olía a café recién molido. Casualmente ambas se llevaron de mi biblioteca libros que jamás llegaron a devolverme. A veces me sorprendí a mí mismo imaginando que los abrían y se daban de bruces con mi nombre escrito a bolígrafo en la portada, e intentaban acordarse de mi cara sin conseguirlo. Como aquello no funcionó demasiado bien pensé que ya puestos, valdría la pena liquidar la lista entera e intentar fichar de nuevo a Erato o Terpsícore. La primera se había retirado de su profesión y montó un pequeño hotel familiar en un pueblecito pesquero de la costa mexicana. Hablamos casi tres horas por teléfono y quedamos en vernos durante sus vacaciones, aunque no pudo ser. A la segunda jamás conseguí localizarla, sólo existía una web con su nombre, siempre en construcción, hasta que un buen día sencillamente desapareció por completo.

Lo que no acabo de explicarme es cómo se habrán enterado del lugar y hora de mi entierro. Eso sí, sé que han llegado juntas. Eso explica que vayan vestidas de forma idéntica, y que me nada más llegar me hayan guardado esta página escrita con prisas perfectamente doblada en el bolsillo de la chaqueta. Me haría mucha ilusión que me hubieran dejado bien marcados sus ocho labios superpuestos, ya que todas me han besado en el mismo sitio exacto de la mejilla derecha, junto a la cicatriz. Pero ninguna tuvo necesidad jamás de usar carmín.

..

miércoles, 13 de octubre de 2010

SNACK

El tiempo es un vendedor a domicilio de enciclopedias que en realidad no necesita vendernos nada, pero disfruta colándonos la letra pequeña. Nos hacen creer que nos mejora, que nos hace crecer. Lo segundo es obviamente cierto, que no necesariamente lo primero.

El tiempo se nutre de nuestra piel muerta, la que él mismo mata. Nos erosiona. Somos el alimento y a la vez el plato en que se sirve. Nos aliña con sus sueños, nos reboza de anhelos. Y después nos lame, a veces vorazmente y otras con sosegado deleite. Afortunadamente suele dejarse algo, que acabamos rebañando. Algo mínimo, pequeño como un platito de café y que usamos como escudo, como si tuviéramos que defendernos de él. O pudiéramos. Aún así nos sirve de balón de oxígeno, y casi siempre se agradece.

Como vendedor con (mínimos) escrúpulos, a veces se compadece de nuestra precariedad y nos hace pequeñas concesiones. Descuentos por pago en efectivo, márgenes de beneficios menores, carencias en la primera cuota y cosas así. Todo lo que su jefe, que es su feroz apetito, le permite. A él no suele suponerle nada, y para nosotros llega a ser media vida de regalo.

Pero suele preferir comportarse como un mosquito atroz. Nos anestesia con cuidado para vaciarnos desde el interior de forma imperceptible aunque constante. Nos unta de juventud, pero lo hace una sola vez y de forma roñosa. Le dejamos hacer, refugiados tras una capa finísima de belleza y tersura. En sus malos días, cuando se levanta por la mañana especialmente cruel, nos castiga saludándonos con una simple mueca, irónico, para recordarnos su presencia. Entonces flaquea el barniz que nos cubre, que nunca viene mal.

Nos vende, zalamero él, que a cambio nos hace evolucionar, crecer como personas. Que nos vuelve más sabios. Pero no. No disponemos de tanto tiempo. Lo único cierto es que nos pone a todos en nuestro sitio, que tampoco significa que sea lo justo. Puede que no nos guste la parcela que nos toque. Da igual protestar, en esos casos sólo observará nuestros aspavientos de soslayo, por encima de su traje de hombrecillo gris mientras se fuma bien liados nuestros minutos y nos devuelve en la cara volutas indiferentes de humo (¿dónde están Momo y Morla cuando las necesitas?), mientras se sacude las manos con la mirada de "lo hecho, hecho está".

Supongo que al tiempo le encanta que usemos nuestros segundos hablando de él. Es como un suculento aperitivo que escapa de la rutina. Una delicatessen, un delicioso souflé de aire a media mañana. Seguro que esta página se la come a bocaditos mientras echa largos tragos de cerveza fría, o maridada con un Chardonnay.

Pues que te aproveche, cabronazo.

..