domingo, 2 de junio de 2013

TIRITA


Esto es un adiós. No un hasta luego como hubieron tantos. Un adiós es tajante, definitivo. Preciso.  Me cansé de buscar excusas para acumular holas. De engañarme. Me he agotado, igual que en su momento te agoté a ti, dices. Los trenes pasan y ya, dices. Las personas no son trenes. Pero los orgullos sí. Y las pupas. Y yo de estas entiendo mucho. Yo dejaba el peso muerto, como cuando un perro no quiere que lo saquen a pasear porque llueve. Y ahora eres tú la que ancla los pies, y saca pecho. Lo comprendo. Soy incapaz de valorar las cosas hasta que un día ya no están. Es entonces cuando afino cariños, cuando calibro necesidades. Soy difícil, lo sé. Mi naturaleza es lenta, lo sé (¿por qué crees que llevo una puta tortuga en la nuca?). Pero nadie te obliga a soportarlo, no es justo para ti. Te mentiría si dijera que siempre te recordaré, porque no es así. Me guardo para siempre situaciones. Momentos. Risas. Sudores. Cervezas. Calles. Pero no caras, ni expresiones. Me propongo sobrevivir a toda costa (de cada 1.000 tortugas crías sólo una llega a adulta, ¿por qué crees que llevo una puta tortuga en la nuca?). Y no lo conseguiré si sigo con la cabeza vuelta hacia atrás. He de aligerarme de tu cara. De tus ojos. Del olor de tu nuca. Del hueco de tu cabeza en mi pecho. De tu desnudez. De tus pies. Hoy he de cerrar puertas. De lanzar llaves. Volar puentes. Olvidar números. En la era de la comunicación, mi reto será la incomunicación. Fuiste insustituible. Eres insustituible. Pero aparecerá otra persona insustituible. Quizás mañana. O puede que cuando ya no me quede un solo cabello oscuro. Estaré alerta. Las crías de tortuga siempre lo estamos, solo que nuestros tiempos de reacción son distintos. Pero pienso llegar hasta el agua como sea. Y no me culparé más de lo que ya lo he hecho. Con 35 años me queda menos por delante de lo que ya he vivido, habrá que comenzar a aceptarse. No dejas rostro, pero dejas huella. Yo dejé herida. Tú dejas herida. Y eso es bueno, por eso valiste la pena. Dejas costra. Pero si sigo arrancándomela vez tras vez, estaré demasiado ocupado para hacerme heridas nuevas en sitios nuevos. Así que no te arranco más, que escueces. Desde este momento ya no me rasco. Hoy te dejo en paz y me pongo una tirita. Me la veré todos los días, pero sólo al principio. Un día se quedará flotando en la piscina sin que me dé cuenta. Y dentro de un tiempo sólo advertiré un pequeño pedazo de piel donde por alguna razón me dio menos el sol. Una cicatriz que, no me preguntes porqué, me hizo lo que soy. Me hiciste mejor. Esto es un chao.

sábado, 23 de marzo de 2013

Anoche



Te parecerá raro que después de todo siga soñando contigo, pero a veces aún me pasa. Sin ir más lejos, esta noche caminaba a mediodía y de repente apareciste. Fue un encuentro fortuito, no me preguntes en qué calle de Madrid. Tú aún no eras tú, o yo no lo advertí. Eras uno de esos figurantes con los que todos llenamos huecos en nuestros sueños, para darle cierta realidad al asunto. Gente pixelada y eficaz. Yo llevaba mis auriculares puestos y caminaba mirando el suelo, a mis cosas. Pero al llegar a la altura de uno de vosotros, levanté la mirada por casualidad y resultó que eras tú. Ahí estabas, observándome muy quieta. Me sobresalté. Tú no. Tú te sabías irreal y sólo de paso por mi sueño. Ahora mismo es posible que cambiaras de acera al verme, pero por el contrario en la calle que yo dibujé, me miraste y sonreíste. Tierna, casi maternal. Ninguno avanzó, como sopesando posibilidades frente al otro. Yo, sorprendido de que tú fueras tan tú (rara vez lo eres en estos sueños). Tu cuerpo, seguro de sí mismo, seguía clavado a su parcela de acera. Como si no quisiera tomar iniciativas en algo que duraría tan poco. Declinando responsabilidades. Devolviéndome sin rencor todas mis indecisiones juntas. Con tus ojos me advertiste de los peligros de la fugacidad que nos envolvía, y comprendí al instante. Acepté. Me acerqué. Y todavía a unos metros de llegar a ti, me besaste. Pude recordar por fin tus labios, que a lo largo de este tiempo he ido sepultando bajo capas de otros besos al pretender rescatarlos. Lo celebré con una nueva andanada. Aún tenía los oídos tapados por los auriculares, sin música. Mi respiración no parecía mi respiración. Oía un mar cada vez más calmo. Oleaje decreciente que cesó por completo cuando me cogiste la cara, me miraste a los ojos y dijiste, serena: “Volveremos a vernos”. Sabías que no, pero nadie podría culparte del guión que yo te escribí en mi mundo de mentirijilla. Y seguiste anclada al suelo, sonriente y plácida, ya todo dicho, esperando que fuera yo el que marchara. Convine, sabiendo que en breve despertaría. Di media vuelta, y desandando mi recorrido se me puso una media sonrisa: Vale que ya no estés. Pero en mis sueños aún mando yo. Y sigo queriéndome lo suficiente como para regalármelos justo en mi cumpleaños.

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miércoles, 23 de enero de 2013

Viernes




-Tú tranquilo, ¿eh? Que vivimos aquí al lado. Bueno, vive. Pero vamos, que no tarda ni diez minutos en volver con la pasta.
-Bueno... no te preocupes -Javi se mira el reloj Casio de pulsera-. Si aún son y veintitrés. En realidad y veintidós, porque lo llevo algo adelantado.
-Oye tío, que muchas gracias. No sabes el favor que nos haces... porque... un momento -le ha sonado el móvil y se interrumpe para leerlo y teclear-, contesto el sms enseguida. Ya. Porque... ah, eso... Porque si hubiera más gente que llevara bebida, pues aún salíamos del paso. Pero como siempre se nos olvida y vamos sin nada,  nos dijeron que esta vez nos toca a nosotros. Y ni nos acordábamos, ha sido de repente, al subir al coche. Los dos pensábamos que el otro llevaba la cartera y nos hemos metido en tu súper de cabeza.
Al final de la cinta de caja hay por pagar siete botellas de bebidas, dos de ellas no alcohólicas.
-Ya, jeje... A veces me pasa igual. De todas formas, no es mi súper -añade-, si no llevo aquí ni cuatro meses...
-Era coña tío, ya sé que no es tuyo. Si fueras el jefe, no estarías aquí tú solo, un viernes y a las nueve de la noche. De todas formas, para llevar meses aquí, es la primera vez que te veo. Y suelo venir bastante.
-A las nueve y veinticinco -rectifica Javi-. Y yo a ti sí te he visto alguna vez. Por ejemplo -duda brevemente-, anteayer te cortaste el pelo. Antes lo llevabas un poco más largo, casi por los hombros. Y algo más oscuro.
A Merche le descoloca que se haya dado cuenta antes que su novio.
-Te queda bien. Me gusta más así.
-Pues gracias... a mi novio también le gusta más -no sabe cómo reaccionar ante un cumplido y se mira la hora-. Que por cierto, seguro que al llegar a casa se ha dado cuenta de que no tenía pasta en la cartera y ha tenido que pasar por el cajero. Pero tranqui, es ese de enfrente, creo que se ve desde aquí.
-Ya. Bueno, pues yo mientras voy echando el cierre para que no crean que está abierto, que ya es lo último que me queda, que me entrara alguien ahora.
-Joder tronco -le sigue con la mirada-, en serio que me sabe fatal. Voy embolsando todo esto para ganar tiempo. ¿Y tú, no sales hoy?
-Sí. Voy con unos amigos al cine, el del centro comercial.
-¿Cuál vais a ver?
-Aún no lo sabemos. No hay demasiadas que me apetezcan. Estábamos hablándolo por Whatsapp, aunque seguro que no lo decidimos hasta que yo no llegue. Pero vamos -no quiere que parezca un reproche-, que es cerca, voy bien de tiempo.
-Guay...
-¿Y vosotros? Bueno claro, qué tonto estoy. De botellón, ¿no?
-No, hoy nos lo tomamos de tranqui. Cenamos en casa de una amiga, y este es el postre. Todo el mundo lleva algo. ¿Cuánto has dicho que era?
-Cincuenta y tres con ochenta.
-Ya verás como el pavo este no se ha enterado bien y sólo saca cincuenta. Ya verás.
-No mujer, no creo.
-Joder, pues es una pasta. Con la tontería de la cenita, voy a acabar lo que queda de mes bien justo.
-Ya... -“pues salid menos”, piensa Javi-. Igual he bajado mucho la persiana, ¿tu novio podrá entrar?
-Joder, es bombero. Sería preocupante que no pudiese.
-Ah, no lo sabía.
-Oye, pues cambiando de tema... ya que dices que me consideras habitual de la tienda, podías hacernos algún descuento, ¿no?
Javi se limita a sonreír, cortés.
-No sé, tío... ¿No podría pagártelo de alguna otra forma, y tú haces la vista gorda?
-No entiendo -finge poner mucha atención ordenando un expositor de chicles.
-Pues que igual puedes decir que alguien entró a última hora, mientras recogías, y se las llevó sin que te dieras cuenta.
-Jajaja... La verdad es que me viene fatal -azorado, aunque intenta parecer divertido.
-Pues a mí los cincuenta euros de Rober me vendrían muy bien. Mucho mejor que a tu jefe. Y yo a cambio te daría algo en que pensar mientras ves la película esa, por si te aburres en el cine.
Mientras habla, rodea la caja registradora, se aproxima a Javi hasta que le nota el aliento en la frente. Javi, paralizado, ve cómo la cabeza de Merche desciende hasta la altura de su pantalón. En un acto reflejo, sin mover un músculo del cuello mira hacia el cierre metálico, calculando a qué distancia advertiría a Rober. Inconscientemente va entornando los ojos, a medida que en la boca cálida de Merche el espacio se vuelve estrecho por momentos.

Cuando unos minutos después ella emerge sonriente, Javi abre los ojos y está completamente seguro de que no está mirando a la misma chica a la que le acertaron el corte de pelo el miércoles.
-No, oye. De verdad que no puedo, me meto en un lío. Tendría que pagarlo. Además no puedo jugarme el trabajo -mira de nuevo, aún no ha aparecido nadie en la puerta.
-¿Qué? ¡Te quejarás... pero tendrás morro!
-Lo siento
-Ya... -se mantienen las miradas, inmóviles. Repentinamente Merche sonríe.- Bueno, pues dile a mi novio cuando te pague, que le espero dentro del coche. Nos vemos el lunes, -antes de agacharse de nuevo, para sortear el cierre medio bajado-, que siempre compro aquí el pan.
-Lo sé. ¡Oye! -Coge un paquete de chicles y se lo lanza- ¡Toma!
-Gracias, Javi. -Y en una centésima, Merche lo atrapa, le guiña el ojo y desaparece.

Javi, todavía incrédulo, saca el móvil, abre el grupo de Whatsapp “Este viernes cena y cine!” y escribe “Sigo sin saber qué peli, pero tengo claro que HOY ME CUELO EN EL CINE”. 

Cuando levanta la cabeza Rober está al final de la caja, con la botella de Brugal en la mano.