domingo, 26 de diciembre de 2010

Tecno-paria

Atención: Lo que está a punto de leer no forma parte, repito, NO forma parte de ningún monólogo humorístico. En ningún caso los hechos descritos a continuación han sido alterados ni adornados tomando licencias literarias o exagerando situaciones que son rigurosamente, repito, RIGUROSAMENTE ciertas. Nada de lo que sigue ha sido descrito bajo un punto de vista victimista, sino simplemente objetivo.

Conste asimismo que no creo en supersticiones absurdas ni maldiciones. Procuro regirme por la lógica, o al menos por cierta lógica. No me trago lo de los males de ojo, las curaciones fruto de peregrinar hasta el quinto coño para comprarte una camiseta con una foto de la virgen guiñándote un ojo, ni pienso que por pensar pensamientos positivérrimos atraigamos fuerzas místicas universales que quieren colmarnos de todo aquello que deseamos y necesitamos para nuestra felicidad (de hecho, en todo caso sería un error caer en la trampa de darle pistas a esta perra vida sobre lo fácil que le resultaría hacernos inmensamente desgraciados con sólo negarnos cuatro idioteces). Aunque oye, allá cada cual.

Y sin embargo, creo firmemente que hay cosas que son como son, y punto. Escapan a cualquier comprensión, pero ahí están. En mi caso, la cosa es que la tecnología me odia. Esto es así. Me odia personalmente. Sí, sí, no es que nos miremos mal cuando nos cruzamos por el pasillo, o que ni nos miremos. Simplemente me aborrece. No sé exactamente si esto sucede con casi todos los aparatos electrónicos en general, o es el concepto global tecnológico el que me detesta a mí como individuo. Hasta ahí de momento no alcanzo a entender. Menos aún el porqué. Pero lo cierto es (y esto es un hecho de sobra comprobado) que cualquier dispositivo que funcione con electricidad me desprecia a muchos niveles.

HE AQUÍ LOS HECHOS, SEÑORÍA:

Hace años me compré un coche. Relativamente caro, familiar, muy cómodo, amplísimo, útil, potente. Y controlado electrónicamente, como casi todos. Error. El tercer día, el ordenador comenzó a indicarme falsos problemas de fallo motor que, por otra parte, funcionaba perfectamente. Aún así, lo bloqueaba hasta que lo diagnosticaban en un taller autorizado. Esta situación se convirtió en algo prácticamente mensual, hasta que al poco tiempo se unieron las ventanillas que, electrónicas ellas, se unieron al motín. Lo malvendí al instante, acojonado. Me regalaron un equipo de sonido Home Cinema. También potente. Y caro. Lo último. Comenzó siendo un poco tiquismiquis con algunos deuvedés de procedencia dudosa o mínimamente sucios, yo creía que era simplemente excéntrico. Ahora no admite prácticamente ninguno. Da igual el que meta, me miente en la jeta.“No hay DVD”, dice. Sólo sirve para escuchar mp3. Me hice con un grabador de dvd doméstico con un disco duro del copón, que te permitía llegar a casa a las tantas de la noche y rebobinar prácticamente toda la programación del día que había memorizado. Tres meses después comenzó a bloquearse a partir de un par de horas de uso, lo que lo limitaba considerablemente. Cuando me habitué a la nueva situación, la bandeja de expulsión quiso rizar el rizo y decidió funcionar únicamente a su antojo. Hoy en día es un vegetal. Mientras tanto el receptor tdt me dejó varias semanas sin televisión, hasta que un día le di tanta pena que volvió a ofrecerme servicios mínimos (pero mínimos, mínimos). Para mi aniversario recibí una agenda Pda con Gps incorporado. La llevé tres veces al servicio técnico, harto de que de repente le dieran ataquitos y se bloqueara, borrando de paso todos los datos. A la cuarta la guardé resignadamente en su cajita oficial. Tengo un horno en la cocina, primerísima marca, al que nunca le hizo gracia que lo utilizara con el temporizador a la vez. Demasiada presión, supongo. Total, que temporiza o cocina, pero nunca ambas cosas a la vez. Rollos sindicales, seguramente. Una práctica secadora de ropa, primerísima marca(que me vendría genial estos días lluviosos), se cogió la baja definitiva a los seis meses de vida laboral. Para mi asombro, el servicio técnico se lavó las manos alegando que posiblemente la usé para secar calcetines diminutos (calzo un 43) y que esa podía ser la razón de un supuesto atasco mecánico. He contratado distintos proveedores de internet, cada uno con su router wi-fi propio. Cada uno con su propio rendimiento de mierda que hizo que acabara cambiándome a la siguiente compañía. Cuando mi ordenador de sobremesa comenzó a renquear y hacerse las necesidades encima, lo llevé al bosque a dar un paseo, en la camioneta. Sí, esa donde suelo llevar una pala y algún saco de cal viva. Me las prometí muy felices con mi nuevo y flamante portátil, aunque contraté una garantía ampliada de tres años por si las moscas. La misma garantía que, tres reparaciones después me ha dicho que ya está bien hombre, ya no te lo arreglamos más, búscate la vida que nos sales caro. Mientras tanto me prestaron un segundo portátil para salir del paso que funcionaba perfectamente, éste desde el que escribo. En cuanto cayó en mis manos envejeció diez años. En estos momentos , después de arduas negociaciones, he de conformarme con un funcionamiento de unos veinticinco minutos seguidos, lo justo para ver un episodio de Californication (y nada de ventanitas abiertas minimizadas, campeón), pasado ese tiempo se apaga solito. La clásica historia de varios móviles que van funcionando cada vez peor hasta que mueren inexplicablemente uno detrás de otro me llevó a apostar por el iPhone de la prestigiosa marca de Steve Jobs y su puta madre. Supuestamente con él estaría conectado con el mundo exterior y tal. Pues no. Sobrevive a base de reiniciarlo cada dos por tres, seis. Reinstaladas una y mil veces las versiones móviles del Facebook y diversos programas de mensajería instantánea, hoy por hoy no te aconsejo que me abras una conversación aunque me veas conectado, si quieres que sigamos conservando la amistad. O si ésta te la trae floja, hazlo al menos para que mi úlcera se quede como está, virgencita virgencita. Ah, y en mi casa nunca funciona más de un 60% de las bombillas halógenas. Da igual la frecuencia con la que las cambie. Lo inquietante es que cuando no sustituyo las que no funcionan no se funde ninguna nueva. Pequeñas cabronas. Me llegó de Ebay un software para digitalizar videos Vhs que… ¿lo adivinan? Huelga decir que no pude tramitar la reclamación porque estaba sin ordenadores (y paso de ir a un cibercafé, el dueño se echa a temblar cuando me ve llegar). Y en otra ocasión, entre varios amigos reunimos pasta para comprar una cantidad importante de relojes de marca, por aquello de ahorrarnos portes entre todos. Pues de una quincena de ellos, había uno de ellos que llegó averiado. Pero sobretodo, el colmo de los colmos, la madre del cordero, lo que define en pocas palabras mi frustrante y complicada relación con los cachivaches del futuro es que cuando me entregaron ese flamante y futurista dni electrónico después del madrugón y la pertinente cola de varias horas… antes de una semana ya había perdido el chip.


Ahora mismo Windows comienza a ralentizarse, así que con toda seguridad publicar este texto me habrá costado varios reinicios del sistema. Mientras escribo estas líneas, quién sabe qué nuevos aparatos estarán conspirando contra mí... Siempre sospeché que moriría de forma heróica y memorable, pero ahora estoy convencido de que será cuando mi vida dependa de una máquina. Y tengo miedo. En serio.


..