viernes, 30 de marzo de 2012

Encofrador


Señor Banquero:


Acabo de cumplir 34 años. He sido aprendiz de pintor de brocha gorda. He limpiado los servicios de una estación de servicio. Me he sacado unas monedas en verano rascando mosquitos en los parabrisas del parking de un restaurante. He sido chico de gasolinera, y camarero de terracita de verano. Me he desollado los brazos en una empresa de limpieza industrial de alfombras. He cantado en una orquesta. Fui ayudante de programación de ordenadores en una cadena de autoescuelas. He trabajado vendiendo teléfonos móviles a pequeños y medianos comercios, seguros de todos los colores a puerta fría, aspiradoras de medio millón de las antiguas pesetas a domicilio y sistemas de ósmosis inversa doméstica. He subido a puros huevos por las escaleras muchos sacos de cemento de 50 kgs. (sí, antes de que se prohibieran pesaban eso), me he deslomado once horas diarias en pleno agosto echando hormigón codo a codo con mi hermano a ocho pisos de altura cuando ambos éramos encofradores enjutos y tostados. Y también aguantamos juntos muchas jornadas enteras bajo la lluvia, calados hasta el orto, sin otra cosa que un termo de café caliente a pachas y unos bollos. Y bajo alguna nevada también. He dirigido una cuadrilla de técnicos empalmadores de cable de Telefónica, trabajando colgados como monas en postes, o en las cloacas más infestas, en turnos de 12 horas/6 días por semana. He montado grúas torre a 27 metros de altura, y algunos montacargas más altos. He trabajado en el sector de las artes gráficas, imprimiendo etiquetas autoadhesivas. He sido actor de reparto en una serie para las televisiones autonómicas. Imité voces de famosos en un magazine matinal de radio, cuando la gente escuchaba la radio. He sido ferralla, he sido gruísta y he sido capataz de obra, organizando a casi un centenar de encofradores, albañiles, pintores, escayolistas, ferrallas y demás operarios que cobran a destajo capaces de invitarme a una cazalla en el bar después de la jornada o de despedazarme si mi falta de capacidad afectaba a su bolsillo. He construido puentes en plena ola fría de enero en Zaragoza, con una luxación de hombro y una costilla fisurada, metido hasta las rodillas en el fango a ratos. He sido actor de teatro. He trabajado cargando camiones en una fábrica, y de mozo en un almacén de naranjas. He vendido tarjetas American Express por teléfono y más tarde en persona en la terminal de un aeropuerto. Y hasta me ha dado tiempo para cobrar el paro, o la baja laboral, cuando mis hombros o mi espalda han dicho “dame un respiro, macho”. Ahora tengo la suerte de trabajar sentado (dando la cara al teléfono por un banco precisamente), con aire acondicionado y un techo, rodeado de mujeres bellas e inteligentes (vale, hay de todo), y en general de muy buena gente. De hecho, tengo la suerte de trabajar. Con la vida laboral que me envían a casa podría forrar su puto Audi.

Literalmente he visto morir gente delante de mis narices, entre ellos mi mejor amigo y hermano (por suerte sólo un rato, ¿eh Cimarrón?). Yo mismo he estado a un trís de quedarme muñeco algunas de esas veces. Ya con pelos en los huevos, me he tragado alguna lagrimita cuando mi padre, albañil desde mozo y oficial de primera, ha fingido que no tenía más sed al acercarle yo el botijo, para que a mí me quedara el último trago. He podido mirarle con orgullo infinidad de veces, y espero recibir algún día la misma mirada de mis hijos. A usted sólo le mirarán así cuando elija el Radio-Cd de gama alta entre los acabados de su Volvo, o en alguna jugada aceptable de pádel (todo un hombre, ¿eh?). A veces he tenido que despedir gente, y otras he sido yo el despedido. Pero mejor o peor, siempre he tenido los cojones para afrontar lo que se me exige en mi trabajo, o pagar las consecuencias. Yo he hecho cosas. He construido cosas. Usted no ha hecho una mierda. Jamás. Ha vivido de las migajas de gente como yo. De sudores ajenos. Ha tenido la desfachatez de negociar (mal) con ellas, disfrutando de las ganancias que le han proporcionado, pero exigiéndome que afronte exclusivamente las pérdidas que su arriesgada e inmoral gestión se han ganado a pulso. Y encima sugiere que he vivido por encima de mis posibilidades. USTED ha sido chapucero y avariento, y como consecuencia NOSOTROS estamos hasta el cuello de estiércol. En la categoría profesional de mi nómina he leído muchísimas cosas. En la suya podría poner “parásito” con el total amparo de la R. A. E.

Honestamente pienso que toda vida humana tiene valor, pero yo a la suya no le daría un 2 ni en Navidad. Espero que nunca tenga la mala suerte de que un día, un descerebrado que ya no tiene nada que perder y que haga a los de su calaña (usted no merece la palabra “gremio”) responsables, se despierte y le otorgue personalmente un cero. O al menos, que el tipo no tenga acceso a escopetas de caza. Bueno vale, y si es así, que el bar donde suele meterse varios sol-y-sombras hasta que se pone cabezón y se le calientan los morros y el seso, no esté de camino a la sucursal donde usted “trabaja” habitualmente. Bah, qué carajo, y si pasa, pasó. Yo no le lloraré.

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