miércoles, 29 de febrero de 2012

Uñas



Me harté de ver espejismos en mí, en ti, en todos. De esperar, de imagina que sentía, de decidir que no decidiría y de que no te decidieras por mí. De que la prensa me amargue el café solo de cada mañana, recordándome que estamos acabados. De que mis virtudes fueran relativas, pero mis defectos absolutos. Me cansé de “no debería quererte”s. Me cansé de mí, me cansé de todos, me cansé de no cansarme de ti. Me hastié de que a mis saltos sin red se les pidiera otro mortal más. De exigencias razonables. De que las noches hablen, pero los días callen como putas preocupadas. Me aburrí de morderme las uñas, y de las voces de detrás de la pared. De acallar rugidos, de ignorar zumbidos. De cerebros que se alejan e intestinos que estrangulan. De luces de neón silenciosas. De rutinas a pie de calle, de paseos por Gran Vía que corren lejos. Me cansé de añorar, de gritar mudamente cómo sólo sé. De tener las uñas enteras y clavármelas en las palmas. De valorar lo que no tiene precio. Me harté de estar lejos de mí, de sacarme los ojos desde dentro. De ignorar si rugía mi estómago o el tuyo, el suyo. De gente que no mira, de reproches grises, de que nadie insulte cuando hay que hacerlo. De no dar la talla. De que mis venas extrañen tu vello. De baúles de huesos y fibras y pelo que se cierran y no se miran hacia dentro. Me empaché de Arial 12, de mierda entre las teclas, de parpadeos. De roces caducos, de fragancias prestadas y fragancias robadas. De hormigón fresco, de aceros oxidados, de carnes trémulas abiertas en canal que prometen remiendos perfectos. De remedios industriales transformados en gramaje que llevar en la cartera. De anestesias de tinta. De nudillos suaves. De tapices que huelen a humo. De la gente sonriente atrincherada en su madriguera. De quien intenta frenar corriendo cuesta abajo. De acordes absurdos. De herirme la cabeza para arrancarme costras. De hacer excursiones para respirar azufre.

De saltos de párrafo. De vientres tensos. De vómitos, de espasmos. De a quien le guste esta mierda.

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martes, 14 de febrero de 2012

Sol

En el momento preciso en que los noticiarios del mundo entero abrieron con la noticia de que teníamos los días contados, mi madre me alumbraba ignorante en el paritorio de un hospital que ya no existe. Mi padre en cambio jamás recuperó la expresión con la que entró aquel día en la sala de espera. El titular corrió como la pólvora a través de televisores, monitores de dimensiones desorbitadas en las fachadas de numerosos edificios y sobretodo dispositivos entre los que los teléfonos móviles habían quedado obsoletos. Nadie lo tomó como una tomadura de pelo, el escepticismo era un riesgo demasiado grande para cualquiera. No era que la vida en la Tierra corriera riesgo, o sencillamente que todo rastro humano pudiera apagarse hasta desaparecer. El planeta entero acababa de ser sentenciado, condenado a ser erosionado sin piedad por una cuenta atrás frenética, corriendo hacia el cero absoluto, todavía lejano.

En el último siglo, la Ciencia había desbancado con total superioridad a la mayoría de las religiones, que mantenían bajo mínimos su número de adeptos. Los adelantos más espectaculares se produjeron precisamente de puertas hacia fuera: los viajes espaciales desdeñaban hacía mucho la luna porque ya comenzábamos a colonizar varios planetas cercanos, se desentrañaron los misterios del universo con una concreción pasmosa, y entre otras cosas podía predecirse exactamente el comportamiento del Sol con cada vez más años de antelación. Esta ventaja llegó a su tope cuando un comunicado simultáneo en todo el planeta declaró afectadamente que en cuarenta y seis años, ocho meses y doce días, una tormenta solar de una dureza cuatrocientas veces mayor a la X, la mayor categoría conocida anteriormente, arrasaría el sistema solar entero en una fracción de segundo.

Contra lo que cabía esperar, no cundió el pánico. Después del lógico estupor inicial, por las reseñas de aquella época me da la sensación de que incluso se agradeció aquel toque de corneta. Cuarenta y seis años era más de lo que muchos nos hubieran dado en algunas épocas de inminente riesgo nuclear. Todo podía tocar a su fin en cualquier momento, y al menos ahora podíamos vaticinarlo con total exactitud. Inicialmente casi todas las religiones engrosaron multitudinariamente sus filas, al menos en los años siguientes a La Noticia. Otras en cambio, como las que ofrecían una existencia infinita compuesta por infinitas reencarnaciones, sencillamente desparecieron, ya no podían garantizar a los fieles un patio donde jugar. Pero incluso el éxito inicial fue un espejismo. Los Religiosos acabaron reconociendo que sin un mundo de vivos que lo alimentara, tampoco podía existir un mundo de no vivos. Sin contraste ni contrapartida, todo el mundo se sentía despojado en buena medida.Hasta los Científicos, que no esperaban una existencia tan prolongada como individuos, sí se alimentaban de la creencia en una evolución a una raza superior humana superior más lóngeva, más consciente de sí misma y de todo. Quasi perfecta.

Cuando entré en la adolescencia, recuerdo el cambio que produjo en la gente la fase de aceptación. Tanto fue así que aquel período de veintitantos años recibió el sobrenombre de “Años Perezosos”. Ya no corríamos hacia nada. Las guerras prácticamente habían desaparecido, en parte porque no habían religiones que necesitaran destruir a otras para asumir sus acólitos. Pero sobretodo fue desidia. Cada uno tenía más que suficiente con preparar sus papeles. Quienes en otras circunstancias se hubieran afanado en amasar una pequeña fortuna familiar que gastar en la jubilación, o que dilapidaran sus herederos, sencillamente vivían prácticamente al día. El crimen alcanzó mínimos históricos, se aunaban la mínima resistencia de las víctimas y la total desmotivación de los delincuentes. En términos generales, se delinquía en casos básicos de subsistencia a corto plazo, y el propio delito se producía más desde un clima de comprensión por ambas partes que por la fuerza. Al fin y al cabo, todos éramos el mismo. Al caminar por las calles, por fin nos mirábamos a los ojos, con honestidad y hasta con orgullo en muchos casos. Incluso parecía que el número de muertes “prematuras” por enfermedad, accidente o causas naturales remitía a ojos vista. No se trataba de que la Muerte se apiadara de nosotros, ni de economizar ante el premio gordo que le esperaba a la vuelta de la esquina. La explicación era totalmente racional: no habían prisas en la conducción, los trabajos de más riesgo casi desaparecieron o se realizaban sin plazos máximos de ejecución, y diversas afecciones ocasionadas por una alimentación voluntariamente deficiente o un estilo de vida apresurado se cambió por unos hábitos más pausados y placenteros. Solamente las enfermedades venéreas aumentaron un trescientos por ciento durante un tiempo, aunque finalmente se impusieron dos razonamientos fundamentales. En primer lugar, nadie quería llegar al fin del mundo arrastrándose decrépitamente. Y la más poderosa, la subyacente culpabilidad que experimentaría quien invitara a un ser inocente a un mundo ya extinto. Tampoco está demás admitir que ahora había tiempo de sobra para comprar condones. Como otros muchos padres, los míos tampoco se atrevieron a ocultarme nada de lo que sabían. Hoy en día es imposible ver niños por la calle, y los pocos que existen no se ríen nunca, tienen impreso en la mirada ese gesto lacerado cargado de gravedad y de rencor. De saberse breves. De proyecto fallido de humanidad.

Contrariamente a la sensación de decepción con que vivieron mis padres, responsabilizándose crónicamente por mis días contados, creo honestamente que por fortuna nací en el momento perfecto. Los de mi edad perdimos algunas cosas, sí. Pero puedo presumir de haber pertenecido a la generación más lúcida de la historia. Nacimos en A teniendo la total certeza de que llegaríamos hasta el punto B, que todo está estudiado y perfectamente planificado. Y que alguien se quedara en el camino, que muriera por causas ajenas a las solares, no pasaba de mera anécdota. Pudimos permitirnos una vida franca y relajada de aprendizaje. Hemos presenciado un nacimiento, el nuestro, y un ocaso, el universal. El Alfa y la Omega. En toda la historia, nadie jamás se ha preocupado menos que nosotros por el omnipresente sentido de la vida. Y sin un “¿adónde vamos?”, el “¿de dónde venimos?” se relegó al mayor de los absurdos. Tampoco nos ha tocado pisar el planeta durante una guerra, ni una crisis mundial. No nacimos en la oscura Edad Media, ni nos tocó el papel de víctimas o verdugos en un exterminio racial. Jamás vivimos aplastados bajo las incertidumbres que asolaron otras épocas.

Únicamente en los últimos años he creído experimentar un período menos optimista, quizá más sombrío y malhumorado. Y no se trata de la proximidad de La Ola, ni de que los suicidios hayan proliferado de repente como lo han hecho. No es que me entristezca la muerte de esas personas, como se entenderá (aunque me parece una estupidez, ahora que falta menos de un año para La Ola, no quedarse a verlo todo. Es como salirse de “Ciudadano Kane” sin quedarse a averiguar quién o qué era Rosebud. No pasa todos los días, carajo). Me entristece profundamente que la indiscutiblemente mejor época en la historia del ser humano, la época dorada de la civilización donde la razón y la comprensión por fin triunfaron frente a la bestialidad, no la provocaran un sentimiento moral más elevado que nosotros, un repentino despertar social colectivo. Ni si quiera un Ser Supremo, sean cuantos sean los que hemos conocido. O el emerger de una latente bondad innata hasta ahora desconocida. Es vergonzoso que sea tan absurdamente obvio. Ha sido un puto rayo de sol.

P:D: Este texto forma parte de una patética iniciativa que los gobiernos pusieron a nuestra disposición: lanzar periódicamente en sondas distintos formatos con cualquier información que quisiéramos que sobreviviera a lo que ahora mismo no es más que una brasa carbonizada de millones de toneladas flotando en el espacio (a nosotros nos gustaba llamarla Tierra). Ni siquiera sé si finalmente lo incluiré en el lanzamiento de este mes. Si después de todo estás leyendo esto, seguro que viste nuestra Ola. Espero que fuera preciosa.

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