miércoles, 13 de octubre de 2010

SNACK

El tiempo es un vendedor a domicilio de enciclopedias que en realidad no necesita vendernos nada, pero disfruta colándonos la letra pequeña. Nos hacen creer que nos mejora, que nos hace crecer. Lo segundo es obviamente cierto, que no necesariamente lo primero.

El tiempo se nutre de nuestra piel muerta, la que él mismo mata. Nos erosiona. Somos el alimento y a la vez el plato en que se sirve. Nos aliña con sus sueños, nos reboza de anhelos. Y después nos lame, a veces vorazmente y otras con sosegado deleite. Afortunadamente suele dejarse algo, que acabamos rebañando. Algo mínimo, pequeño como un platito de café y que usamos como escudo, como si tuviéramos que defendernos de él. O pudiéramos. Aún así nos sirve de balón de oxígeno, y casi siempre se agradece.

Como vendedor con (mínimos) escrúpulos, a veces se compadece de nuestra precariedad y nos hace pequeñas concesiones. Descuentos por pago en efectivo, márgenes de beneficios menores, carencias en la primera cuota y cosas así. Todo lo que su jefe, que es su feroz apetito, le permite. A él no suele suponerle nada, y para nosotros llega a ser media vida de regalo.

Pero suele preferir comportarse como un mosquito atroz. Nos anestesia con cuidado para vaciarnos desde el interior de forma imperceptible aunque constante. Nos unta de juventud, pero lo hace una sola vez y de forma roñosa. Le dejamos hacer, refugiados tras una capa finísima de belleza y tersura. En sus malos días, cuando se levanta por la mañana especialmente cruel, nos castiga saludándonos con una simple mueca, irónico, para recordarnos su presencia. Entonces flaquea el barniz que nos cubre, que nunca viene mal.

Nos vende, zalamero él, que a cambio nos hace evolucionar, crecer como personas. Que nos vuelve más sabios. Pero no. No disponemos de tanto tiempo. Lo único cierto es que nos pone a todos en nuestro sitio, que tampoco significa que sea lo justo. Puede que no nos guste la parcela que nos toque. Da igual protestar, en esos casos sólo observará nuestros aspavientos de soslayo, por encima de su traje de hombrecillo gris mientras se fuma bien liados nuestros minutos y nos devuelve en la cara volutas indiferentes de humo (¿dónde están Momo y Morla cuando las necesitas?), mientras se sacude las manos con la mirada de "lo hecho, hecho está".

Supongo que al tiempo le encanta que usemos nuestros segundos hablando de él. Es como un suculento aperitivo que escapa de la rutina. Una delicatessen, un delicioso souflé de aire a media mañana. Seguro que esta página se la come a bocaditos mientras echa largos tragos de cerveza fría, o maridada con un Chardonnay.

Pues que te aproveche, cabronazo.

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