domingo, 19 de agosto de 2012

El Cuarto




Si la vida es cambio, mi cara es pura vida. Soy un caso médico prácticamente único en el mundo. Digo prácticamente porque a estas alturas sólo se tiene constancia de otras tres personas con la misma afección, pero sencillamente desaparecieron. No llegó a hacer un estudio como es debido con ellas, acotando los parámetros requeridos para establecer distintas pautas de estudio, especular con posibles causas y diagnósticos preliminares , etc. Eso me convierte en un ejemplar único, tanto que ni existe todavía nombre oficial. Eso sí, los médicos tuvieron desde el primer momento la gentileza de darme un apodo temporal, que me niego a repetir aquí. No creo que llegue a conocer el definitivo, sé que un día me hartaré y desapareceré. Y en alguna otra nota como esta, para alguien, yo seré el cuarto.

No entraré en muchos detalles. Básicamente, sin que se tenga una idea ni siquiera aproximada de la causa, mi metabolismo altera constantemente mi masa muscular. En realidad esto le pasa a todo el mundo de forma imperceptible. Lección  básica: si cualquier músculo del cuerpo se trabaja, se fortalece e hipertrofia. Si no, inmediatamente comienza la atrofia. Siempre avanzamos o retrocedemos, subimos o bajamos, vamos ganando o vamos perdiendo. Nada permanece completamente estático. En mi caso esto es más cierto que en ninguno, pero de forma mucho más rápida y arbitraria. Me levanto una mañana hecho un alfeñique, y puedo necesitar un pijama dos tallas mayor al acostarme. O  al revés. Por suerte suele ser bastante proporcionado, es decir no me aumenta un cuádriceps  y mengua el otro, por ejemplo. Lo que concierne al volumen corporal no me preocupa demasiado, se puede disimular si eres mañoso vistiéndote y algo previsor. Con la cara es peor. Cambia inexorablemente, a tal ritmo que nadie es capaz de reconocerme si me pierde de vista unas pocas horas. Es lógico, cualquier rasgo depende de factores minúsculos. Como desconozco el rostro que tengo en un determinado instante, no sé cómo estoy reaccionando a una conversación.  Perdí la destreza de arquear las cejas cuando me cuentan algo asombroso, o fruncir el ceño en otra circunstancia. Por lo general opto por mostrar una expresión neutra. Cualquiera diría que soy el hombre de los mil rostros, pero les más acertado afirmar que soy un hombre sin un solo rostro. Hace mucho tiempo que evito por todos los medios mi reflejo. Hasta que dejé de mirarme en los espejos, recuerdo que rara vez llegaba a generarse un rostro desagradable o grotesco, pero esas pocas ocasiones fueron realmente alarmantes. El cambio las distintas partes suelen combinarse siguiendo unos patrones más o menos cíclicos, aunque muy difíciles de prever. Incluso el cuero cabelludo hace mutar mi peinado. Y el tono de mi voz se altera al mismo tiempo  que lo hacen mis cajas de resonancia.

Que mis colegas de cara cambiante desaparecieran no es difícil de entender. De hecho, creo que ni siquiera se fueron muy lejos. Igual que ellos en sus respectivas, yo soy un nómada en mi ciudad. Es imposible llegar a pensar que te has construido una vida, estés donde estés. Conservar un círculo de amistades o tan siquiera conocidos, tener un trabajo estable o pagar en un supermercado con tarjeta son tareas sencillas que yo tengo vetadas. Legalmente me es imposible conducir más de unas horas con los papeles en regla. Por otra parte, el abono mensual de transporte público incluye foto de carnet. O el de la biblioteca pública. No puedo realizar prácticamente ningún trámite bancario por razones obvias, así que todo mi capital duerme conmigo en metálico. Los vecinos están convencidos de que subarrendo la vivienda a cantidades escandalosas de inquilinos, distintos todos, claro. Y cuando llaman a la policía, que lo hacen periódicamente, mostrar el  pertinente papeleo médico y responder las mismas preguntas curiosas de los agentes se convierte en un ritual cada vez más tedioso. Parece mentira, pero en esta era informatizada aún hay demasiadas cosas que se reducen en su forma más básica a algo tan palpable como es el rostro que se te concedió.

No siempre fue así. Hasta la adolescencia tuve una cara bastante común. Ni feo ni guapo. Mi mote en el colegio ridiculizaba mi apellido, prueba inequívoca de no tener ningún rasgo especialmente destacable. Fue en el instituto cuando comenzó a  acentuarse. Se hizo totalmente evidente cuando nadie fue capaz de reconocerme a mi vuelta a clase después de una convalecencia de diez días por un esguince. Para los pocos extraños que llegaban a tener conocimiento de mi particularidad, no dejaba de ser una anécdota divertida. Mi familia en cambio nunca lo soportó, y no les culpo. Lo intentaron, pero si lo piensas bien, caminar por la calle sin saber si acabas de cruzarte con tu hijo o hermano sólo porque un desconocido te ha sostenido la mirada un instante, no ha de ser fácil. Y desayunar día tras día con un extraño acababa alterándoles por completo. Me querían, y yo a ellos, así que opté por alejarme cuanto pude. Aunque no lo sepan, ahora mismo vivimos en el mismo distrito postal.

Bien, si estás leyendo esta fotocopia cobarde es porque eres una mujer de cuya compañía habré disfrutado las últimas cinco horas, calculo. Muy probablemente nos hemos acostado. Lamento no poder personalizar más  y ofrecerte este mediocre folio clonado como toda explicación. Después de diversas experiencias, he desarrollado una especie de método de despedidas rápidas para personas a las que he llegado a considerar especiales, que se reduce a este panfleto. En realidad los tengo divididos en varias modalidades: “Mujeres con las que intimo”, “Personas con que conecto en un evento social”, “Contactos por trabajo” (a estos no les ofrezco estas últimas explicaciones, claro) o sencillamente “Genérica”, con un resumen mucho más somero del que a ti te ha tocado, y no del todo cierto. Pero sin duda, si lees esto es porque decidí que merecías mucho más de mí que desaparecer de repente, sin dejar rastro, como acabo de hacer. Tristemente es cuanto puedo hacer. Por favor, entiende que a estas alturas de mi vida no me resulte solamente agotador, sino sencillamente imposible ofrecer explicaciones en persona cada vez. Probablemente nos cruzaremos en alguna parte, pero con toda seguridad no te pondré en el brete de hacértelo saber. Lo he probado anteriormente y créeme, nunca funciona. He apreciado enormemente tu breve compañía, y te agradezco que me hayas conocido un poco. Nos vemos.

El Cuarto

..

2 comentarios:

  1. Ya no escribes más...

    ResponderEliminar
  2. Que le habrá pasado que nos priva de su sapiencia...vuelva señor!!! VUELVA!!!

    ResponderEliminar

Si sabes escribir, puedes comentar.